La lectura desde una perspectiva
histórico-cultural
María Griselda Gómez Fries
(griselda@univalle. Edu.co)
Profesora titular
Escuela de Comunicación Social,
Facultad de Artes Integradas,
Universidad del Valle
RESUMEN: Presentación de la perspectiva teórico-metodológica que
sobre la lectura como práctica cultural e histórica viene
construyendo la historia cultural, especialmente bajo la orientación
impartida por Roger Chartier, y con apoyo en elaboraciones afines de
M. de Certeau, P. Bourdieu A. Petrucci, entre otros.
PALABRAS CLAVE: lectura, práctica, representación, apropiación,
habitus
ENCLASE DE NARRACION ME LLE GO ESTE TEXTO QUE LES QUIERO COMPARTIR PARA QUE ACTIVEN SU DUCIPLINA EN LECTURA GRACIAS MI VVALLE
PRESENTACIÓN Lectura: libertades y restricciones Mi madre me prohibió la lectura del Martín Fierro, ya que lo consideraba un libro sólo indicado para matones y colegiales, y que además no tenía nada que ver con los verdaderos gauchos. Ese libro también lo leí a escondidas. Jorge Luís Borges L a relación con el libro, anota el historiador Roger Chartier en El orden de los libros1 , texto introductorio de su libro del mismo nombre, está caracterizada por un movimiento contradictorio. Por una parte, a todo lector le toca enfrentar un conjunto de obligaciones, consignas, normas. Todos los que de una forma u otra han mediado en su producción o circulación social (autor, editor, crítico, profesor, etc.) aspiran a controlar de cerca la producción de sentido y a hacer que el texto que ellos escribieron, publicaron, glosaron, autorizaron o enseñaron sea comprendido sin apartarse de lo que su voluntad ha prescrito como la interpretación correcta. Pero, por otro lado, hay en los lectores, esos nómadas furtivos, esos viajeros por las tierras del lenguaje -Chartier, tras la senda de de Certau así lo cree- una especie de pasión por el nomadismo, la rebeldía, el vagabundeo; un gusto por la re-invención, por el desplazamiento, por la distorsión de lo leído y de las normas inculcadas sobre la lectura. «Son infinitas las astucias que desarrollan los lectores para procurarse los libros prohibidos, para leer entre líneas, para subvertir las lecciones impuestas.» El lector: alguien que se debate entre la libertad y la censura Entre los intelectuales modernos, especialmente en los poco apegados a esquemas socialmente reconocidos como propios del conservadurismo cultural, la libertad de leer es una posición defendida con todo el entusiasmo del caso. Así, en un artículo originalmente publicado hacia 1976, el escritor H. M. Enzensberger, después de afirmar enfáticamente que «la lectura es un acto anárquico», reivindica la absoluta libertad del lector al tiempo que cuestiona, con mucha ironía, tanto el respeto a un canon de lectura considerado como la forma legítima de leer, como el autoritarismo ligado a la tradición de la interpretación correcta, ese modo de practicar la lectura que, cuando se aplica a los textos literarios o artísticos, habitualmente se asocia a la formación escolar, especialmente en sus niveles medios, aunque, podríamos añadir, es evidente que también es de uso corriente en sectores de la crítica mas o menos especializada, a veces asociada a ciertas tradiciones disciplinarias y/o opciones políticas, así como a las organizaciones que defienden posiciones ortodoxas en diversos campos del acontecer social, y por supuesto, en instituciones que necesitan controlar la libertad de pensamiento de sus integrantes, como es el caso de las religiones organizadas en torno a un libro sagrado y los partidos políticos de corte totalitario o fundamentalista, los que, por obvias razones, precisan ejercer un férreo control sobre sus integrantes, asumidos como congregaciones de lectores o de interpretes obligados a leer según la norma que el grupo considera legítima, esto es, el canon reconocido como dominante al interior de la comunidad de pertenencia. Muy lejos de estas posiciones autoritarias y controladoras de la lectura, Enzensberger, como de Certau y, en parte Chartier, considera que El lector tiene siempre razón y nadie le puede arrebatar la libertad de hacer de un texto el uso que le cuadre. Y esta libertad implica hojear, volver atrás, saltarse pasajes completos, leer las frases a contrapelo, entenderlas mal, transformarlas, buscarles una continuación diferente, adornarlas con todo tipo de asociaciones, sacar conclusiones del texto de las que el texto nada sabe, sentirse molesto por el texto, gozarlo, olvidarlo, plagiarlo, y también, en un momento dado, tirar el libro en cualquier rincón. Toda lectura es un acto anarquista. Pero la interpretación, y muy especialmente aquella que pretende ser la única correcta, se ha propuesto yugular ese acto2 . Posiciones como las anteriormente mencionadas, habría que decirlo, suenan atrayentes, y hasta razonables, cuando la lectura se ejerce por fuera de marcos institucionales. Por fuera, por ejemplo de ámbitos que, como el escolar, históricamente ha hecho de la práctica de la lectura una obligación, un deber debidamente reglamentado pues en él suele estar definido qué, cuando, cómo por y para qué se lee. Y como rara vez el placer coincide con el deber, ya es un viejo lugar común decir que la escuela enseña a leer pero no enseña el placer de la lectura... para, a continuación, seguir con la inevitable condena de los maestros, culpables de convertir la lectura en aburrimiento. Ello a pesar de que, como anota Piedad Bonnet3 en un artículo con este significativo título De la literatura por deber y otras aberraciones, cuantas veces no hemos oído o leído «…a famosos escritores o a inmortales poetas decir que no habrían sido jamás lo que son sin la concurrencia de su sabio maestro, de ese adorado profesor que les enseñó a amar a Dante, a James o a Kafka. ¿Pero qué decir de las multitudes que tendrían que confesar su odio a los libros por culpa del maestro psico-rígido, del retaliador, del poco imaginativo, del perezoso, del que jamás había leído él mismo un libro!»4 No tiene por qué extrañar entonces que, en el marco de investigaciones realizadas en ámbitos académicos colombianos sobre los hábitos de lectura de los jóvenes escolares, se pregunte acerca de las lecturas que ellos hacen por iniciativa personal, dando por sentado que las otras, las que se llevan a cabo por exigencias de tipo escolar, las que se realizan en el marco del proceso formativo no se relacionan con sus gustos, sus deseos o sus intereses más personales. No sabemos, cuando estos jóvenes leen por iniciativa propia, qué y cómo lo hacen. ¿Qué temas? ¿Qué autores? ¿Qué géneros? ¿Qué formatos son los que capturan su interés? No sabemos que es lo que causa su placer. O sobre qué quieren informarse. Tampoco si leen contra los valores y modos de leer aprendidos en su tránsito por la escuela, impugnándolos, resistiéndolos o simplemente ignorando lo que en su condición de estudiantes es norma obligatoria. O si por el contrario, cuando leen según el ritmo de sus gustos, lo hacen repitiendo pasos, esquemas y procedimientos escolarmente aprendidos. Lo que específicamente leen por iniciativa propia, así como los procedimientos que emplean; lo que queda en sus recuerdos, con lo que se identifican o rechazan, así como los autores o las estéticas que prefieren o que más impresionan su inteligencia o su sensibilidad, aún son componentes inasibles de sus prácticas lectoras. Quizá, lo único que podemos aventurar es que cuando llevan a cabo tal práctica, sobre las que no tienen que rendirle cuenta más que a quienes su deseo escoge, quizá se desempeñen como el cazador furtivo de de Certau. O como, etimológicamente hablando, el lector anarquista de Enzensberger. ¿Cómo saberlo con alguna certeza? ¿Cómo establecer relaciones entre lo que se lee por obligación y lo que se hace por placer o entretenimiento? Los actuales adalides de la historia cultural de la lectura, como Roger Chartier, creen que desde este campo disciplinar es posible proponer métodos de trabajo para enfrentar tan complejas cuestiones. En lo que sigue pretendo sintetizar sus conceptualizaciones y apuestas metodológicas. 12 Las prácticas lectoras. Los problemas que interesan desde una perspectiva históricocultural. Las investigaciones sobre los saberes corrientes, referidas por tanto no a lo que se aprende gracias a la lectura sistemática y crítica de libros especializados en los campos del saber que las disciplinas estudiadas en las universidades reconocen y trabajan sino a la experiencia práctica de las personas, muestran que la sola audición o lectura de una palabra tan común como restaurante puede activar en quien la oye o lee, y tiene una cierta experiencia o conocimiento práctico de esta clase de sitios, asociaciones pertenecientes a un amplio campo semántico constituido por términos comunes, obvios, convencionales directamente relacionados con tal ámbito social urbano: comida, menú, pedido, mesero, etc. Pero, aunque no sea lo más habitual, igualmente es dable esperar, en algunos casos, asociaciones eruditas, ingeniosas, extrañas o arbitrarias, tal como las exaltadas por la poética surrealista – cuando se refiere a ese tipo de construcciones metafórica elaborada según la poética de la aproximación insólita- o las oídas en la escucha psicoanalítica. Lo que se piensa, se siente o se hace en relación a un término común, oído en una conversación entre amigos o parientes, en una emisión radiofónica o leído en un impreso cualquiera es una concreta manifestación de los habitus (en el sentido elaborado por P. Bourdieu) que han configurado la subjetividad, la sensibilidad, en suma, las prácticas lingüísticas y culturales de los sujetos sociales. También se acepta que las palabras oídas/leídas/ pensadas remiten a esquemas de acción pertinentes a la situación social, cultural e histórica, a aquellas actuaciones que las condiciones materiales de existencia (y los habitus que ellas han propiciado) hacen posible, deseable o tan siquiera pensables. En el caso de alguien al que su nivel social ha acostumbrado a ver como natural la frecuentación de restaurantes, «el comer fuera de casa», serían, por ejemplo, las acciones nombrables con expresiones como reservar, leer el menú, pedir, comer, pagar, etc.; o las asociadas a temporalidades, a eventos personales, a rituales sociales o particularidades culturalmente significativas en su mundo (sábado al mediodía o por la noche, encuentro con amigos o colegas, lugar de comidas especiales, internacionales o «típicas», etc.) y a sensaciones, emociones o recuerdos -agradables, molestos, perturbadores- (hambre, olores, música insoportable, aburrimiento por la espera, gusto o insatisfacción por consumos o gastos en el lugar, etc). No está por demás aclarar que, en sentido estricto, la activación de significaciones, de la clase que sean, no se produce única y exclusivamente cuando la palabra en cuestión está asociada con experiencias directamente vividas por quien la oye o lee. También lo conocido a través de las representaciones icónicas vistas (en la TV, el cine, Internet, pinturas y fotografías en museos y libros, etc), leídas (en libros, periódicos o revistas) u oídas en la radio o en relatos de otros, en la medida en que han hecho o son parte integral de las condiciones de vida, pueden cumplir el mismo cometido. Habría incluso que decir que, en las sociedades urbanas contemporáneas, sociedades en las que los medios de comunicación son instituciones históricamente muy consolidadas, la cantidad de conocimientos que no son producto de la experiencia real y directa sino de la experiencia mediada constituye un porcentaje cada vez más significativamente alto. Antes de la invención del cine, la radio y la TV, en los tiempos del predominio de la imprenta, y especialmente a partir de su consolidación como industria editorial impulsora de la masiva publicación de libros, periódicos, revistas y de otras clases de impresos de amplio consumo, así como de la implantación de la escuela gratuita y obligatoria asociada al proyecto político del estado democrático, la necesidad de informarse sobre el día a día y adquirir lo que suele nombrarse como cultura general se asoció al ejercicio de la lectura asidua, y en algunos casos cuidadosa y crítica. Saber leer, y hacerlo con relativa frecuencia, en el ámbito urbano de los pasados siglos se convirtió en una especie de obligación o deber social. Entonces se le reconocía a la lectura, además de su valor como entretenimiento, el de ser útil en la adquisición de un conocimiento del mundo y en la formación de un criterio propio sobre los asuntos importantes de la vida colectiva y de cada quien. La condición y el ejercicio de una ciudadanía plena estaba asociado al de ser un sujeto lector. No de manera hegemónica, por 13 supuesto, pero si como un ideal asociado al ejercicio de la democracia. Hoy, perdida la por algunos llamada centralidad del libro, sus anteriores funciones, aunque quizá más especialmente las de entretenerse, informarse sobre la actualidad, socializar son cumplidas por la TV e Internet, mucho más que por la experiencia lectora. No obstante, por contradictorio que pueda parecer, todavía es común encontrarse con intelectuales que aun siguen pensando que lo que se lee es el principal, sino el único, activador de redes semánticas, vínculos cognitivos, esquemas de acciones y relaciones de sociabilidad; que el libro, como ningún otro agente cultural, actualiza emociones y recuerdos; promueve imaginaciones, fantasía, deseos y encuentros. Que lo leído (sobre todo en los libros de literatura legítima) aún es el principal agente a la hora de establecer vínculos con experiencias pasadas, deseadas o soñadas; con recuerdos de cosas vistas u oídas; de reactivar nostalgias, sentimientos de pérdida, frustración, rabia o felicidad. Que lo leído afecta, significativamente, los procesos relacionados con la cognición, con lo imaginario y con la sensibilidad. Que anima las relaciones del individuo con si mismo y con los otros; con la sociedad y con la historia (pasada y presente). Nada como el libro para hacer pensar; para reflexionar; para soñar; para sentir, para recordar. Pero, en la actualidad, cuando tantos estudios hablan de la crisis de la lectura; del cambio experimentado por el estatus del libro, ¿puede aceptarse sin más tales aseveraciones? O dicho de otro modo, ¿no tendríamos que preguntarnos por las condiciones de posibilidad necesarias para que la lectura produzca semejantes manifestaciones? ¿Qué tipo de autores y textos? ¿Leídos en que condiciones? ¿Por parte de qué clase de lectores o comunidades de interpretes? Esto es, ¿lectores, cultural y socialmente configurados en relación a qué tipo de habitus respecto de la lectura y, en general, respecto de qué otras formas de consumo cultural es posible que se de ese tipo de procesos psico-sociales? Para los diversas instituciones, autoridades y sujetos comprometidos con la enseñanza de la lectura, con la promoción de su valor, necesidad o utilidad social la pluralidad de ocurrencias y de conexiones que las personas –potencialmentepodrían generar a partir de ciertas lecturas parece que, en principio resulta problemática y, hasta podría decirse, un poco peligrosa. Ello, más que sugerir, parece exigir la necesidad de establecer controles, normas, censuras acerca de qué y cómo leer... Así, limitándonos a la mención de un caso por muchas razones verdaderamente ejemplar, en el ámbito escolar la práctica lectora que se enseña, promueve y autoriza se fundamenta en un ordenamiento cultural y social, esto es, en un canon, que define qué leer y establece diferencia entre los vínculos aceptables o legítimos, y los que deben ser repudiados, sancionados, o prohibidos (calificados con una mala nota) Según A. M. Chartier y J. Hébrard,5 la lectura académica tradicional ha procurado imponer los vínculos autorizados -los considerados como correctos, los constitutivos de la verdadera cultura- al estigmatizar o, por lo menos dejar en las sombras, silenciar los otros vínculos igualmente establecidos por el lector estudiante entre su lectura, su subjetividad y su experiencia práctica social e intelectual. Sugieren que aunque no se puede desconocer la productividad intelectual, cultural, social del l 14 Jean Paul Sastre Como la mayoría de mis parientes habían sido soldados (…) y yo sabía que nunca lo sería, desde muy joven me avergonzó ser una persona destinada a los libros y no a la vida de acción. Jorge Luís Borges La historia cultural de la lectura, como disciplina contemporánea, quisiera llegar hasta esos vínculos ocultos de que hablan M. de Certau, Chartier y Bourdieu; desentrañar, describir lo que el lector hace y pone en su lectura, incluso cuando no tiene que rendir cuentas a nadie, como no sea a sí mismo. Pero reconoce que ésta es una práctica difusa, diseminada en infinidad de pequeños actos singulares que, por lo mismo, pocas veces se deja rastrear y documentar como el historiador quisiera. Salvo en escritos de diversos agentes del campo educativo, memorias o autobiografías de lectores-escritores o en ficciones literarias de otras épocas, -Don Quijote, Madame Bovary, Bouvard y Pecuchet- en las que las representaciones de personajes lectores eran más comunes8 , la lectura (especialmente de los lectores anónimos y humildes del pasado) bien puede ser una práctica sin discurso. Tal dificultad exige preguntarse acerca de las condiciones de posibilidad de una historia de la lectura que no se limite a la historia de lectores excepcionales que, como Sartre, Borges o tantos intelectuales de los pasados siglos, dejaron testimonios escritos de sus prácticas lectoras. El conocimiento acumulado sobre la lectura en otras épocas, así como el referido a las estrategias y herramientas que la historia cultural ha ido construyendo en su intento de dar cuenta de la pluralidad de lecturas y lectores del pasado hoy constituye un antecedente que no se puede ignorar a la hora de investigar las prácticas lectoras de la contemporaneidad. Aporta perspectivas teóricas y métodos de trabajo sometidos a prueba en el marco de una tradición investigativa consolidada. Puede, por lo tanto, constituirse en una ayuda significativa a la hora de intentar comprender el impacto de las actuales condiciones sociales, culturales y tecnológicas de vida en las prácticas lectoras. Refiriéndose a los desafíos que la textualidad digital le plantea a la historia cultural de escritos y lecturas, Chartier ha recalcado lo urgente y complejo de las tareas por realizar: La tarea es seguramente urgente hoy, en un tiempo donde las prácticas de lo escrito se hallan profundamente transformadas. Las canon escolar de lectura, deberíamos preguntarnos por las restricciones, las represiones, el régimen de censuras, controles y descalificaciones que su imposición autoriza. También, se podría añadir, habría que atender a la contradicción que significa aceptar el carácter plural de la lectura y, simultáneamente, pretender imponer un modo de practicarla como el único verdadero o legítimo. Para la historia cultural de la lectura escolar, un enfoque investigativo apoyado en la consideración de ésta como una práctica, en el sentido etnosociológico del término, el encuentro entre «el mundo del lector» y «el mundo del texto» del que habla P. Ricoeur es más complejo, diverso y singular de lo que la institución educativa autoriza verbalizar. Y lo es, precisamente, por los vínculos ocultos que el estudiante, semejante al lector furtivo de Michel de Certau, «anuda sin que se enteren los guardianes de la institución». 6 En este orden de ideas acerca de lo que el lector hace o le está permitido hacer cuando lee, en como ello entra en compleja articulación con su trayectoria biográfica (en tanto historia social y cultural) y con el marco institucional en que realiza su lectura, el sociólogo Pierre Bourdieu, en charla con R. Chartier, recordando lo dicho por Max Weber sobre Lutero, lector de la Biblia, (dijo que «la leyó con las gafas de toda su actitud») anota que para él (Bourdieu) esto quiere decir que la «leyó con todo su cuerpo, con todo lo que era (…) y que lo que leyó en esa lectura total era él mismo.» En términos de las teorizaciones hechas por Bourdieu sobre las prácticas, y los agentes que las llevan a cabo, eso significa leer desde el habitus7 . Empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros. 15 también se los interroga como objetos impresos, y no sólo como textos, se convierten en fuentes de variada información histórica y social sobre las prácticas lectoras. Contienen indicios sobre: • la idea que el autor tiene de si mismo y de su relación con los lectores • el uso social para el que fueron hechos («¿para ser leídos como una instrucción, es decir como un escrito destinado a comunicar una manera de hacer, una manera de obrar»? o ¿para serlo como un directorio telefónico, un diccionario o una enciclopedia?, esto es, como un escrito (sin autoría individual) destinado a ser leído de manera discontinua, consultado sobre un problema de información específico, por ejemplo, un número telefónico, el significado de una palabra); • la clase de lectores a la que están destinados (lectores que son pensados o no como alter ego del autor, sea cual sea su condición o tipo; con tales o cuáles gustos o preferencias en materia de temas, lenguajes, formatos, etc.). • Y, finalmente, un punto al que le conceden particular importancia: los dispositivos y estrategias mediante los cuales se quiere orientar, controlar o inducir un modo de leer. A todo lo anotado por ellos yo creo que debería añadirse los dispositivos orientados a destacar la autoría, la legitimidad y/o la celebridad de quien escribe mediante la inclusión de discursos e imágenes que proporcionen a los lectores una representación del autor y de su valor intelectual; dispositivos que lo hagan socialmente reconocible como tal (foto en la carátula, en contracarátula o en solapa acompañada de datos biográficos, bibliografía, distinciones recibidas, elogios, etc.). Que tal proceso de inducción de un modo de leer logre su cometido depende tanto de la real presencia de señales o marcas específicas en el libro11 como de la afinidad existente entre el habitus del lector real y la idea de lector desde la que se construyó el libro como totalidad. Las marcas que operan como indicios de una voluntad de inducir un modo de lectura, y no otro, son signos gráficos de diversa clase. Pueden estar en el contenido del escrito, colocadas allí por su autor o por su sugerencia (dispositivos internos, tipográficos o textuales), mutaciones de nuestro presente modifican todo a la vez, los soportes de la escritura, la técnica de su reproducción y diseminación, y las maneras de leer. Tal simultaneidad resulta inédita en la historia de la humanidad.9 Condiciones de posibilidad de la historia cultural de la lectura Cuando en el transcurso de la conversación entre Bourdieu y Chartier se toca el problema de las condiciones de posibilidad de la historia de la lectura en tiempos pasados, el segundo anota que existen varias vías: «Una es la que (…) ha seguido Robert Darnton, ya ensayada por Carlo Ginzburg, y es la de tratar de atrapar lo que un lector nos dice sobre sus lecturas. El problema que se plantea aquí es que este tipo de testimonios se inscribe en una situación particular de comunicación: o bien la confesión arrancada por la fuerza, en el caso de los lectores a los que se obliga a decir cuáles han sido sus lecturas, porque ellas parecen inadecuadas desde el punto de vista de la fe, como se decía en el siglo XV; o bien la voluntad de construir una identidad y una historia personales a partir de los recuerdos de lectura. Esta es una vía posible pero difícil, en la medida en que esos textos son históricamente poco numerosos. Otra vía es la de intentar volver a interrogar los propios «objetos» leídos, en todas sus estructuras, interrogando de una parte los protocolos de lectura inscritos en los propios textos, y de otra parte interrogando los dispositivos de impresión (utilizados) (…). Entre estos dispositivos hay algunos generales para un período dado. Un libro de 1530 no se presenta como uno de 1830 y hay ahí evoluciones globales que cubren toda la producción impresa, en sus reglas y desplazamientos. Pero es seguro (…) que esas evoluciones se expresan también en los cambios respecto del público imaginado, y aún más en el tipo de lectura que se quiere imponer. 10 A lo ya dicho habría que añadir que también se ha utilizado la vía constituida por el análisis histórico de los discursos y las representaciones de la lectura asociadas a instituciones educativas, políticas, artísticas, religiosas o profesionales cuyas normas e idearios son conocidas. Dispositivos grafico-textuales para inducir modos de leer Bourdieu y Chartier están de acuerdo en que los escritos, no importa de qué clase sean, cuando 16 como ser resultado de la puesta en impreso, esto es, del trabajo de diseño, composición y edición. Como ilustración del primer caso se menciona que el tamaño de los párrafos puede indicar la idea que el autor tiene del público al que imaginariamente se dirige: un texto de párrafos largos (lo que en la jerga mediática y escolar suele clasificarse como ladrilludo) se construye pensando en un público con un nivel de competencia lectora mayor que el esperado en los lectores de un escrito en el que el contenido se presenta ampliamente fragmentado, diseminado en una serie de pequeños párrafos (procedimiento hoy tan habitual en los artículos periodísticos). Otro ejemplo de esta primera modalidad de intervención es el relativo a la significación del grafismo. El uso de letras en itálica, cursiva o negrita y de otros dispositivos gráficos como el tamaño de los caracteres, los subrayados, etc. constituyen, entre otros muchos, dispositivos cuya función es precisamente llamar la atención, resaltar o enfatizar lo que se dice mediante su uso. Los lectores de larga e intensa familiaridad con la práctica de la lectura en libros y periódicos saben que deben poner atención a ellos, así como al uso de mayúsculas, a los títulos, subtítulos, a lo puesto en recuadros, etc.; en suma, a todos los recursos gráficos y verbales usados por el autor y/o el editor del texto para resaltar lo que consideran es lo más importante, lo que no debe pasarse por alto. Lo que es clave para la comprensión del texto según la perspectiva del autor (y/o de los que promueven la publicación de su escrito) ¿Cómo es que una clase de lectores sabe que debe atender a estos signos gráficos? ¿Cómo es que conocen el código que rige la interpretación de los mismos? ¿Por qué otros lectores no los tienen en cuenta? ¿Es por ignorancia? ¿Es un gesto de resistencia al canon instituido? Según Chartier y Bourdieu, lo saben porque lo han aprendido desde su infancia, con sus padres, en la escuela; alguien se los ha enseñado formalmente o lo han comprendido viendo a otros hacerlo. Para los autores citados, leer así es producto de un proceso de aprendizaje que se ha practicado tanto que ha terminado por convertirse en un acto involuntario, producto de una especie de inconsciente cultural. No tienen que recordarse a sí mismos hacerlo cada vez que se enfrentan a un libro porque leen desde un habitus en el que ello ya está previsto. Para los lectores cuya educación familiar y/o escolar no posibilitó tal práctica de la lectura, una editorial española12 diseñó un proyecto editorial constituido por una serie de libros dedicados a reflexionar sobre temas de actualidad en el que estaba previsto que lectores anónimos leerían, subrayarían y anotarían los textos que integrarían la colección, destacando y valorando lo que considerasen más significativo en cada uno de los textos que integrarían la colección antes de su publicación como libro. Luego se hizo una edición facsimilar de cada texto con las señas o marcas que la lectura anónima dejo sobre la superficie textual. El libro que llegó a los lectores reales, comprado en una librería como libro nuevo esto es, como objeto de primera mano, a primera vista tiene la apariencia gráfica de un libro de segunda que otro, antes que el comprador particular, leyó, subrayó, anotó y valoró. Como se aprecia en las ilustraciones mostradas a continuación, la guía de la editorial incluía el sistema de convenciones gráficas que para expresar sus opiniones sobre lo leído usó el lector (o los lectores) contratado por la editorial para leer el texto y actuar, en el espacio del libro como una especie de virtual 17 maestro de lectura e interpretación de textos escritos, guiando de ese modo a los esperados lectores precarios que el libro tuviese.13 No creo que exista ejemplo más acabado de la idea que una empresa editorial puede tener de la precariedad en que un sector de sus públicos lectores se encuentra para leer a fondo un texto, aunque sepa descifrar los signos verbales y del modo como comercialmente puede sacarle partido a tales limitaciones culturales. También es de destacar que lo expuesto acerca de lo que debe hacerse cuando se lee es una postura plenamente convergente con las disposiciones del canon de lectura escolar. Ilustra, de forma por demás extrema, el punto sobre la existencia de los dispositivos textuales y gráficos contenidos en los objetos impresos con el fin de orientar un modo de leer, a los que hacían referencia Bourdieu y Chartier. Que el proyecto editorial de marras sea del año 2000 pone de presente hasta que punto los discursos y las discusiones públicas acerca de la llamada por algunos estudiosos crisis del canon ilustrado de lectura, han calado en el sector editorial (y no sólo en el español, si tenemos en cuenta lo mencionado en la nota 13 sobre cómo en el periódico El País de Cali los textos, especial aunque no exclusivamente de la página editorial, aparecen con partes resaltadas en amarillo), sector que junto con el educativo quizá constituyen hoy los más decididos abanderados de la cruzada por la lectura. Que la Feria del libro del Pacífico se realice desde hace varios años en los predios de la Universidad del Valle, convirtiendo a la principal institución universitaria del occidente colombiano en la sede permanente del evento es un dato más de la actual convergencia de intereses entre el mercado librero y la institución escolar en cuanto a promoción pública de la lectura. Otros dispositivos, de corte gráfico-textual cuya función es sugerir o inducir un modo de lectura, destacando ciertos aspectos de un texto y dejando en la sombra otros, lo constituyen las fajillas exaltatorias, las notas de contracarátula, o de solapa, la Introducción o Presentación (nombradas como Prefacios, Prólogos, 18 Advertencia al lector, etc.) y, en general, esos textos que acompañan al texto central; que mediante diversos dispositivos se distinguen materialmente del mismo en el libro impreso, que cumplen funciones publicitarias, informativas y, sobre todo, inductoras de un modo de leer y valorar el texto propiamente dicho. Todos los elementos de composición y acompañamiento gráfico-textual, tanto los escritos complementarios que G. Genette llamó paratextos, como los complementos icónicos (fotografías, dibujos y resaltes cromáticos principalmente). En defensa de los paratextos -y especialmente de los clasificables en la categoría de solapas, de su necesidad y poder de seducción en el mundo de los lectores de hoy, el profesor mejicano Vicente Quirarte escribió: El peor insulto que cree hacerse al crítico es calificarlo de solapero. Tal adjetivo argumenta que el crítico se limita –o así lo parece- a leer el texto que el libro en cuestión ostenta en la solapa o en la contracubierta. Sin embargo, así como hay libros cuya lectura debía terminar en el título o en el comentario, existen solapas que cumplen una función primordial: más que ser el viaje destructor temido por Villiers de l’Isle Adam, son la invitación al viaje que, como antídoto, descubrió Baudelaire. Cuantos no hemos comprado un título que ya teníamos en otra edición, sólo porque nos seducen las imágenes de un Daniel Gil, un Vicente Rojo, un Rafael López Castro, un Bernardo Recamier, un Alberto Blanco, y tal seducción nos obliga a no dejar de mira, y finalmente poseer, ese postexto plástico. (…) En las sociedades competitivas como la nuestra, la mayor parte de los lectores hemos olvidado el gozo que significa enfrentarse al libro sin precisar de la solapa como escudero para su primera salida. Precisamente por eso, el libro que la lleva debe exigirle a su autor que tenga en cuenta que practica un género riguroso y exigente. La buena solapa debe ser un homenaje a Thomas de Quincey, Julio Torri o el Augusto Monterroso de La palabra mágica. Dicho de otro modo, el solapero debe ser conciente de que en el breve espacio del cual dispone, debe desarrollar un texto imaginativo, seductor, original y respetuoso del objeto que le sirve de pretexto. (…) (…) Por último, si la solapa quiere cumplir debidamente su objetivo, ha de ser anónima (…) confiada en el poder de las palabras. Sólo de esta manera el lector sentirá que posee la escritura, que la goza en sus deslumbramientos, e intuiciones, y que no se impone el prestigio de los nombres. (…)14 Creo que no sobra añadir que las intervenciones orientadas a promover, guiar o controlar la lectura hoy no se limitan a las que están contenidas en el texto mismo o en los paratextos integrados al libro que lo contiene como documento principal o central: También comprende las reseñas públicas en los periódicos, la TV o en Internet, a cargo de críticos, estudiosos, periodistas o discípulos. Muchas veces el mismo autor, de común acuerdo con la editorial responsable de la publicación de su obra, colabora en la promoción e inducción de la lectura. Todo ello puede observarse en el caso mencionado a continuación. Estrategias mediáticas y comerciales ligadas a la promoción, venta y lectura de los libros Las empresas editoriales de prestigio y cobertura internacional que tienen entre sus proyectos editoriales líneas dedicadas exclusivamente a la publicación de material biográfico referido a «celebridades de todos los tiempos» o figuras de actualidad o que gozan momentáneamente de cierto renombre por su conexión con hechos de importancia colectiva, cuando se aprestan a sacar un nuevo producto al mercado suelen invertir en costosas campañas publicitarias cuyo objetivo es tanto promover la compra del libro en cuestión como su lectura desde un determinado ángulo o enfoque interpretativo. En el despliegue realizado, informativo y propagandístico, es bien difícil deslindar fronteras entre lo uno y lo otro: en estos casos, géneros tradicionalmente del registro de la información y la opinión periodística como la entrevista, la reseña presuntamente crítica o el artículo de opinión se vuelven «fronterizos» entre promoción, información y opinión. Por otra parte, el dispositivo armado para promover la adecuada visibilización, aprobación, venta y lectura del producto apela a ciertos ritualismos, a cierta incitación a la devoción intimista o al fetichismo orientados a darle un «toque singular» a un producto que también hay que procurar se venda 19 bien en el competido mercado de bienes culturales impresos. El dispositivo informativo-publicitario comprende actividades tales como la oportuna realización de entrevistas por radio, prensa o televisión, en espacios y con periodistas prestigiosos (o por lo menos populares) al (auto)biógrafo, (o al prologuista, al editor o incluso a personas en algún sentido conectadas con el biografiado, su trayectoria, sus vicisitudes o conflictos); la publicación, en secciones o impresos periódicos más o menos especializados, de aproximaciones críticas o reseñas, con frecuencia a cargo de especialistas en este tipo de escrituras o por lo menos conocedoras de la vida y milagros del sujeto referente de la obra en cuestión; aún cuando no se utilice el recurso de los lectores especializados, también suele acudirse al expediente de procurar la publicación de fragmentos de la obra «en exclusiva»15, en alguna revista, suplemento o periódico con buena posición en el campo de la información general. Y, aunque no en muy practicado en Colombia, como no sea en el marco de Ferias del libro como las que anualmente se celebran en Bogotá y con menor importancia, en otras ciudades del país, programar la presencia del autor en las librerías o en su stand de feria para cumplir con el ritual de firmar y dedicar el libro a los compradores que lo deseen. Un caso muy ilustrativo de lo arriba anotado se pudo observar con relación a la publicación, en formato libro y por la editorial Planeta, del diario de Leszli Kalli. Esta joven, en la época de autos tenía 19 años, hizo parte del grupo de pasajeros del avión de Avianca que el 12 de abril de 1999 fue secuestrado por un comando del Ejército de Liberación Nacional; su liberación se produjo después de 373 días de reclusión. De todos los secuestrados liberados, ella fue la única que logró la autorización del ELN para llevar consigo el diario que día a día escribió mientras duró su cautiverio. Obviamente, la autorización para salir con el diario se hizo después que sus captores leyeron el escrito y censuraron (tacharon) lo que consideraron inconveniente. Sin embargo, en la edición de Planeta, la autora dio a entender que como ella sabía lo que los censores habían suprimido estaba, aparentemente, en condiciones de reescribirlos sin mayores problemas, reconstruyendo así la integridad del original. En un país como Colombia, en el que es frecuente oír las quejas de escritores e intelectuales en torno a las dificultades para editar sus escritos resulta verdaderamente sorprendente la rapidez con que esta joven logró publicar su diario por parte de una editorial transnacional como el grupo Planeta. Para precisar la novedad de lo ocurrido con el escrito de la, hasta entonces, anónima joven santandereana, quizás se necesario recordar, así sea de modo muy sucinto, lo sucedido a partir de su liberación. No obstante la obligada y permanente actualidad del tema del secuestro en Colombia, de las presumibles ganas de contar lo vivido que deben experimentar los liberados, muchos de los cuales escriben durante el cautiverio, salvo lo hecho por García Márquez hace algún tiempo, en la Colombia del 2000 no se había oído de ningún proyecto editorial, en el área de los medios impresos periodísticos o no, orientado a una exposición quizás más elaborada que la permitida por las coyunturales entrevistas, televisivas o radiofónicas, sobre las experiencias actuales de secuestro, contadas por las mismas víctimas. como sí se observa ahora con la proliferación de testimonios de secuestrados liberados o escapados como Luís Eladio Pérez, Frank Pinchao, Araujo, amen del anunciado con autoría de Clara Rojas y la considerada por muchos joya de la corona, el esperado libro de Ingrid Betancourt. Así que el libro de la joven Kalli fue – presumiblemente- el primero que utilizando la modalidad de escritura propia del diario personal contó, desde la perspectiva de una mujer joven de clase media urbana, el día a día de un secuestro por parte de un grupo guerrillero de izquierda. En un contexto como el nuestro, en el que con tanta frecuencia se oyen lamentos en torno al desapego de los jóvenes por la lectura y la escritura, puede parecer sorprendente que la joven santandereana se hubiese mantenido en la disciplina de la escritura de su diario durante todo el tiempo que duró el secuestro: casi un año, Hay la idea de que este tipo de escritos (el diario en papel, no en blogs en Internet) hoy constituye una práctica absolutamente marginal, cuasi extinguida, incluso entre los jóvenes estudiantes de colegios y escuelas de las ciudades, con los que habitualmente se relacionaba. También sorprende, quizá hasta más, que una vez liberada la joven Kalli dedicara un mes a corregirlo con el fin de hacerlo público... ya que en la Colombia de la época no era muy frecuente la publicación de ese tipo de escritos16 . Sin embargo, se sabe -por 20 propia confesión y porque también se dice en la nota de solapa que la presenta como autora- que cuando se puso en el empeño de llevar un diario con la memoria del día a día del secuestro tenía a su haber una experiencia consolidada, pues los ha escrito desde los 9 años. El domingo 30 de abril del 2000, a muy poco días de producirse la liberación de la joven, en una edición dominical del periódico El Tiempo, en una popular sección de publicada aún hoy y conocida como Teléfono Rosa, de tono que bien puede describirse como chismorreo light, se publicó una nota, breve como todas las que suelen salir en esa sección, en la que se comentaba que Leszli quería publicar un libro contando su experiencias como secuestrada durante un año. La nota también mencionaba que la madre de la joven aseguraba «...que si se revelaran (públicamente) los duros momentos que cuenta ese diario, se acabaría el secuestro en Colombia». Quizás lo más significativo, en una nota aparentemente muy intrascendente, fue la pregunta de cierre: «¿Qué editor se le mide?» Al poco tiempo la revista Semana anunció que la Editorial Planeta publicaría el diario de Leszli; aproximadamente un mes después, en la edición correspondiente a junio 5-12, la misma revista construyó su portada con una foto de la joven diarista, apoyada en el bastón que ya hacía parte de su identidad visual, (ornado de las marcas negras que, según parece, la joven usó como especie de personal código mnemotécnico) y con el Fokker de Avianca en segundo plano. El texto complementario destacaba que ella «...escribió todas las noches un diario sobre sus 373 días de cautiverio en poder del ELN. SEMANA publica los principales apartes.» En páginas interiores, en la sección DOCUMENTO, bajo el título Secuestrada, el mismo del libro próximo a salir (lo haría el 8 de junio), y cuya portada aparece reproducida en el ángulo inferior izquierdo de la misma página, la bajada o intertitulo nuevamente puso de presente el carácter autobiográfico de lo que el lector encontraría a continuación: «...escribió en primera persona el drama y el horror que vivió...», seguido de la acotación sobre el hecho, como sabemos altamente significativo en el mundo del periodismo, de que «SEMANA publica en exclusiva fragmentos de su diario». Y más adelante, en un recuadro colocado sobre la fotografía del avión de Avianca como fondo, se dice que Leszli, junto con otros 32 pasajeros, estuvo en cautiverio 373 días. En ese período escribió de su puño y letra un diario íntimo en el que plasmó los sufrimientos, angustias y temores de su secuestro: Esas vivencias están en cinco cuadernos que ahora se han convertido en un libro que la Editorial Planeta acaba de editar y que saldrá este jueves al mercado. Semana obtuvo en exclusiva apartes de ese desgarrador testimonio».17 La publicación de los fragmentos venía profusamente ilustrada con fotos de la autora en espacios, momentos y poses diversas. De tal conjunto sólo me referiré a aquellas que implican su reconocimiento como autora. Entre ellas una de las más significativas corresponde a una fotografía tomada a la joven en una habitación con aire de biblioteca, estudio o «despacho» (por las estanterías observables en segundo plano, repletas de libros), presumiblemente perteneciente a la casa de su familia. Ella aparece sentada ante una mesa o escritorio, muy bien puesta (bien peinada, maquillada, anillos en cada mano, aretes, reloj, etc.); no mira a la cámara, pues aparentemente está muy concentrada (con el bolígrafo en la boca, ojos y manos puestos en los papeles) en la revisión de los apuntes del diario íntimo consignados, como ya se dijo, en cinco cuadernos. Esta tarea, según informa la nota que acompaña la foto, le llevó un mes, esto es, aproximadamente el mismo tiempo transcurrido entre la publicación de la nota en la sección Teléfono Rosa del Tiempo y el anuncio de SEMANA... «Cruzando» lo dicho en el pie de foto con lo representado en esta, un detalle aparentemente anodino llama la atención: contrario a lo que parece sugerir la mencionada nota, en la foto es claramente perceptible que la joven no está trabajando en uno de sus cuadernos sino en su fotocopia. ¿Por qué lo hace? Una respuesta obvia podría ser: porque no quiere estropear su propio manuscrito. Otra, porque resulta más fácil. No se arriesga demasiado al suponer que lo hace tanto por razones más o menos pragmáticas (facilitarse la tarea de corregir) como por la conciencia del valor de sus manuscritos.18 Precisamente, ahora que va a ser objeto de reproducción masiva es que el diario, en su versión manuscrita, esto es en su condición de original único, se constituye públicamente (y no sólo para su autora y allegados) en un objeto reliquia. No sería extraño que terminara en el 21 Museo Nacional, si tenemos en cuenta que una de sus pasadas directoras, cuando aún estaba vivo, alguna vez sugirió que la toalla con la que Tirofijo solía aparecer en sus escasas apariciones públicas, hasta el punto de ya ser parte de su identidad visual, debía donarla a dicha institución… La revista SEMANA también incluyó, como parte de la ilustración de los fragmentos de diario publicados, dos fotos de (presumiblemente) uno de los cuadernos; una lo muestra cerrado, para hacer visible la portada con datos como el nombre de la autora (Leszli Kalli), la clase o condición del manuscrito (diario), el año y el lugar de escritura (1999, montañas de Colombia) todo ello escrito con lo que parece ser tinta negra, dada la nitidez del trazo, sobre un fondo de montañas azules, muy picudas, extrañas, como de otro mundo, más bien imaginario. En la otra, el mismo cuaderno (u otro) aparece abierto, mostrando dos páginas, una densamente cubierta por la escritura manuscrita en azul; enfrente, en claro contraste con esta, la otra página presenta un dibujo (de corte más bien abstracto) ubicado en la parte central, ocupando la mayor parte de la página, aunque dejando espacios simétricos, por ubicación y dimensión, arriba y abajo, para ser ocupado por texto manuscrito, a modo de marco cuasi circundante. A simple vista se observa que quien ha trabajado en estas páginas tiene un sentido estético de la composición y una clara comprensión del valor del papel como soporte de sus escritos y dibujos, máxime en las condiciones en que se encuentra en el momento en que los realiza; lo cual no es de extrañar en alguien que, como ya se dijo, «lleva diarios personales desde los nueve años». Para los lectores de materiales biográficos, especialmente para los muy familiarizados con las publicaciones actuales y sobre todo en formato libro, de materiales (auto) biográficos de artistas plásticos y escritores consagrados, no es sorpresa encontrarse con este tipo de ilustración: reproducciones fotográficas de pinturas, bocetos, dibujos, escritos manuscritos (o a máquina, pero con tachones hechos a mano por el mismo biografiado) y de portadas de los libros impresos del mismo. Tales ilustraciones van camino de constituirse en una tradición estética, si es que no lo es ya; dan testimonio del artista o del escritor en su condición de practicante reconocido de los tradicionales oficios de escribir o pintar. Es muy común, cuando se trata de manuscritos, que en tal reproducción literalmente no se pueda leer nada; ello porque más que texto destinado a la lectura funciona como trazo pictórico, como imagen que, ante todo, pone de presente un viejo y obvio imaginario sobre la escritura: ella, como la pintura o el dibujo, es también una práctica corporal, realizada a mano por un sujeto específico, y al que, como quien dice, está orgánicamente ligada; hace parte no sólo de la mente, de la subjetividad del que escribe; también de su cuerpo, como especie de extensión o emanación del trabajo cuidadoso de sus manos. Así, puede decirse que la reproducción fotográfica de la escritura manuscrita de un escritor está allí a modo de testimonio fehaciente de su condición de autor «auténtico». Por eso no es casual el que, comúnmente, este tipo de ilustraciones entren en una relación de complementariedad (y de contraste) con aquellas otras (más «modernas») en las que se reproducen las portadas de los libros publicados; otra forma de reiterar, con base en otro imaginario, la condición de sujeto socialmente reconocido como escritor/autor. Y es por este ligue material con el sujeto que escribe y es reconocido socialmente como autor, que sus manuscritos, aún en vida, pero más cuando ya está muerto, porque entonces se sabe que nunca más volverá a trazar esos signos, pueden llegar a valer tanto en el mercado de bienes culturales, o a singularizarse, convirtiéndose en objeto coleccionable, a veces económica y simbólicamente tan valiosos que su lugar sólo podría ser el museo especializado, como parte de un patrimonio cultural colectivamente valorado.No deja de ser paradójico aunque comprensible que, precisamente ahora que la escritura en computador prácticamente elimina la milenaria tradición del manuscrito (y del «borrador»), su valoración fetichista obtenga en el mercado los más altos rendimientos. PEQUEÑO MUSEO DE HISTORIA FETICHISTA (fragmento) En el segundo nivel del centro comercial Galleria de la ciudad de Dallas (...), se encuentra The American Museum of Historical Documents, donde, bajo la publicidad History for Sale, el consumidor puede adquirir autógrafos, fotografías, documentos, prendas de ropa de celebridades de todos los tiempos y lugares. Por cantidades que van más allá de la imaginación, es posible llevarse una fotografía firmada por Walt Whitman, una carta de Jack London, un beso de Marilyn Monroe en una servilleta, un sobre dirigido a Hemingway, rescatado de su refugio habanero en Finca Vigía; se ofrece también una humilde lista de víveres escrita por Paul Revere, cuando era un hombre más y no un adalid de la Independencia. Cada pieza está elegantemente enmarcada, certificada y lista para ingresar en los museos privados de la casa que cualquier mortal, ignorante pero acaudalado, puede poseer19 . 23 Carácter histórico –y estratégico- de los dispositivos de control de la lectura Bourdieu llama la atención acerca del carácter histórico de los dispositivos de control de la recepción por parte de los autores. Y arriesga una hipótesis sobre la posible conexión entre la proliferación de los signos orientadores de la lectura y el hecho de producir, no para un público pequeño de conocidos, sino para un vasto público de lectores anónimos que son también un mercado de compradores virtuales. Hipotéticamente podría también preguntarse si la ansiedad de la que habla tiene algo que ver con el grado de reconocimiento de que goce el autor, el tipo de impreso en que publica, el tipo de público lector al que se dirige (¿periódico de tiraje masivo? ¿Revista de información general o altamente especializada? ¿Libro en edición de bolsillo (barata) o de lujo?). «Sería muy interesante observar la aparición (histórica) de todos los signos visibles del esfuerzo por controlar la recepción: ¿estos signos no aumentan a medida que crece la ansiedad concerniente al público, es decir el sentimiento de que se tiene relación con un vasto mercado y ya no más con algunos lectores escogidos? (…)20 En principio, su hipótesis suena plausible, al menos en parte. Por un lado, es posible que la conciencia de escribir para públicos masivos de lectores haga que los autores intensifiquen el uso de dispositivos de control o inducción de la recepción deseada, precisamente por la conciencia, que también tienen, de que la masificación implica la posibilidad de una mayor pluralidad de lecturas y, en consecuencia, mayores riesgos de malentendidos, incomprensiones, tergiversaciones o interpretaciones indeseadas. Por otro, la hipótesis parece dependiente del presupuesto o la creencia acerca de que los autores desean o ansían ser comprendidos por sus lectores en sus propios términos, cuestión que habría que examinar con mayor detalle: ¿no será que más que ser comprendidos, lo que ansían es ser reconocidos? También habría que preguntarse, si tal conciencia debe ser planteada con respecto a todo tipo de productores de escritos de circulación pública y amplia o sólo para cierta clase. ¿Opera por igual para los científicos, los escritores productores de novelas y poemas, los periodistas, los políticos? ¿O para toda clase de autores modernos, independiente del grado de prestigio, reconocimiento o poder social del que ya gocen? Por otra parte, ¿no es contradictorio reconocer el carácter plural de la práctica lectora y, al mismo tiempo, actuar como sacerdotes defensores de la lectura legítima de un texto al parecer implícitamente considerado como sagrado? Los dispositivos de control de la lectura en relación al reconocimiento de la autoría En dominios ajenos a la escritura literaria todos esas intervenciones orientadas a imponer un modo de leer, una interpretación o una tesis considerada como las únicas correctas, etc., y muy especialmente las que claramente provienen o se reclaman como representativas del punto de vista del autor, resultan más o menos admisibles o legitimadas, entre otras instituciones, por la escolar. Sería ridículo reprochar a Marx, a Freud, al mismo Bourdieu o Chartier que en sus escritos hagan los énfasis que consideren necesarios para ser comprendidos según las convicciones y perspectivas teóricas que, como investigadores y autoridades en sus respectivos campos de trabajo, defienden; aún sabiendo como sabemos que ellos reconocen, como un hecho evidente, comprobable y hasta irritante, la pluralidad de lecturas a que está expuesto todo texto publicado, incluido los cientifistas. Una tradición lectora –ciertamente moderna- ha impuesto y en cierta forma considerado como legítima «que, como dice Michel Tournier, el lector de una obra de historia, un tratado de física o una tesis política debe ser todo receptividad, y pagar así su cuota de memoria, de inteligencia y, sobre todo, de docilidad». Ello sería parte esencial del proceso de formarse como lector crítico, como también del conocimiento y aprendizaje de un saber reconocido o socialmente legitimado: reconocer la superioridad intelectual del otro en tanto Autor con autoridad intelectual o cultural para decir lo que dice. Someterse, «voluntariamente», al poder del Maestro. No es que la posición crítica, el apunte imaginativo, la interpretación insólita le esté vedada por siempre. Pero antes de aceptársele dar tales muestras de independencia o libertad de pensamiento lo que se espera es que lea, con la atención debida, para comprender bien, a fondo y en sus propios términos, lo que el texto del autor/autoridad está planteando. Cuando sepa y realmente comprenda lo que el Otro en tanto Autor dice está autorizado a criticarlo, a impugnarlo… Ha adquirido la 24 competencia intelectual. Ya tiene el derecho de hacerlo. Pero en el dominio literario/novelesco lo que puede definirse como «intervenciones fuertes y autoritarias del autor», presentadas, por ejemplo, a través de un paratexto o de afirmaciones en entrevistas periodísticas o mediante ciertos enunciados del narrador o los parlamentos de algún personaje novelesco al que diversos indicios permiten considerar como representantes textuales de sus convicciones más queridas hoy, para muchos, son francamente insoportables. Y lo son aunque, justo es decirlo, no siempre fue así. Durante buena parte del pasado siglo, en Colombia, como quizá en la mayor parte de Latinoamérica y en muchos otros lugares de Occidente, otra tradición lectora, ampliamente compartida en los medios intelectuales y académicos de corte «progresista», justamente exaltaba la llamada «literatura de tesis», «con mensaje» o «comprometida». Los lectores formados en tal canon de lectura, muy relacionados con idearios inspirados en la izquierda o en derivas locales del marxismo y/o de la fenomenología sartreana (el intelectual comprometido) leían las obras de sus autores favoritos con la esperanza de encontrar en ellas manifestaciones explícitas de las convicciones políticas con las que se sentían plenamente identificados. Leían con la expectativa de que la autoridad del escritor confirmara la justeza de las ideologías defendidas por él y nosotros… Y de paso, proporcionara nuevos argumentos para defenderlas en el combate ideológico esto es, las discusiones a que estaban abocados o expuestos en la cotidianidad familiar, el trabajo, la vida universitaria, el grupo de estudio. Eran otros tiempos. Nadie pensaba que dar cartilla (actuar como maestro, en el doble sentido del término -enseñante y autoridadobviamente si era por parte de un autor reconocido como de los nuestros) fuera un acto de autoritarismo que coartara la libertad creadora del lector… El lector formado en una tradición de lectura en la que la figura del autor aún se considera importante21, cuando adquiere un libro, con la firme intención de leerlo para comprender el punto de vista expuesto por el autor sobre un problema específico que como lector le interesa conocer no suele ignorar los paratextos. Por lo menos les echa un vistazo. Lo anotado por V. Quirarte, más arriba citado, cuando habla de la importancia de una solapa bien hecha o de un atrayente diseño de carátula es muy ilustrativo del punto. Pero es evidente que, ni siquiera los lectores formados en esta tradición, en todos los casos se puede decir que siempre tienen en cuenta no digamos que las breves y anónimas notas de solapa o contracarátula, sino los extensos prólogos o notas de presentación a veces escrita por una persona de reconocida solvencia intelectual. ¿En qué casos puede sustentarse/aceptarse que el ignorarlos o no darles demasiada importancia es una opción concientemente elegida, no el producto de la ignorancia de los que ellos significan, como sí podría ser el caso de los lectores poco diestros, con escaso conocimiento de los procedimientos propios de la lectura atenta, analítica, crítica, a quienes es posible que esos signos le sean, en sentido estricto, insignificantes? Desde el punto de vista del análisis del objeto libro (y no exclusivamente de su contenido semántico textual) habría que tener en cuenta hasta esas intervenciones paratextuales, situadas en la periferia del texto, operadas en el proceso de edición y tradicionalmente ignoradas/despreciadas por la práctica académica de la lectura que, como se sabe, está exclusivamente centrada en lo que considera el texto central. Me estoy refiriendo a las constituidas por la inclusión de las llamadas notas de solapa o de contracarátula, notas que, en un sólo movimiento, informan sobre el contenido del libro, sugieren la lectura o interpretación más pertinente y hasta incluyen valoraciones precisas de críticos, de escritores o de periodistas a cargo de secciones especializadas en la reseña de libros, en periódicos de trayectoria reconocida en el campo. También el diseño de portada, la inclusión de fotografías del autor, de fajillas exaltatorias, el tipo de formato seleccionado, la inclusión de ilustraciones, etc. Nota de contracarátula del libro Autobiografía, de J. L. Borges La Autobiografía de Jorge Luís Borges, escrita originalmente en inglés con la colaboración de Norman Thomas di Giovanni, fue publicada por primera vez en 1970 en la revista The New Yorker. Concebida como una guía biográfica que acompaña y a la vez esclarece la evolución literaria de Borges desde la precoz erudición hasta su definitiva consagración universal, la obra obtuvo un éxito rotundo que le valió ser traducida de inmediato al portugués, el italiano, el alemán. Es por otra parte el texto más extenso que Borges haya escrito y cada una de 25 sus páginas irradia en el estilo aparentemente sencillo de sus última producción la inteligencia, el humor sutil y la perfección en el usos del lenguaje que lo distinguen: Los especialistas en la obra de Borges le han considerado una pieza fundamental para establecer cualquier tipo de interpretación crítica: En el año del centenario de su nacimiento, por primera vez se presenta en versión completa en español este «retrato intelectual y moral» que Jorge Luís Borges hizo de sus propia vida. También habría que considerar el papel de los medios –verbales y audiovisuales- que hablan de los libros y de sus autores en forma densa o liviana y de cuya información muchos dependen para ordenar su consumo de libros como de ese conjunto de saberes de circulación oral, tan poco asequibles a los historiadores. En resumen: La postura de historiadores de la lectura como Chartier es que con los libros y con el control de los modos de leer se aspira a instaurar un orden o a mantenerlo. Pero este, no obstante la multiplicidad de sus figuras y los dispositivos de poder con que cuentan autores, editores, maestros, autoridades, se restringe pero no se logra anular la libertad de los lectores. Esta libertad, aunque puede estar disminuida por el poder de los códigos y convenciones que rigen las practicas lectoras de una comunidad específica, (la escolar, religiosa o política, por ejemplo), por el desconocimiento de las formas discursivas y materiales de los textos leídos y las incompetencias, ignorancias u otras carencias presentes en los lectores, a la hora de enfrentar los impresos, siempre sabe «cómo tomar atajos y reformular las significaciones que deberían reducirla». Esta tensión dialéctica entre la norma coercitiva y el impulso trasgresor, entre «las imposiciones trasgredidas y las libertades refrenadas», que Chartier postula como constituyente esencial de la práctica de la lectura, no es igual en todas partes, siempre y para todos. «Reconocer sus diversas modalidades, sus variaciones múltiples constituye el objeto primero de un proyecto de historia de la lectura que se compromete a captar en sus diferencias las comunidades de lectores y su arte de leer.»22 Libros: sensibilidades, materialidades, sentidos …el libro, ese instrumento sin el cual no puedo imaginar mi vida, y que no me es menos íntimo para mí que las manos o que los ojos. J. L. Borges Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él (…) A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo (…) Ya no era una niña con un libro: era una mujer con su amante C. Lispector Todo libro debería caber en el bolsillo; hay que llevarlo, tiene que ser manual, para leerlo al pie de los árboles, al lado de las fuentes, en donde nos coja el deseo. Un libro bueno tiene que ser manoseado, vivir con uno, pasear con uno. En fin, este amor ilegal por los libros se apoderó de mí y no me dejó dormir, como una muchacha que hubo en casa, cuando yo era joven (…) Fernando González Ochoa El orden de los libros, advierte Chartier, también tiene otro sentido. Bien sea en su condición de manuscrito o impreso, los libros son objetos cuya composición, forma y materialidad ordenan los usos que pueden serles atribuidos a los textos y las apropiaciones a las que socialmente están expuestos. Dicho de otra forma, los textos, las obras, los discursos, desde la perspectiva histórica promovida por el autor citado, «no existen sino a partir del momento en que se transforman en realidades materiales», esto es, cuando se inscriben en las páginas de un libro (u otro objeto afín), cuando son oralizados por una voz que los lee, los relata o los explica a otros, cuando son interpretados en el escenario de un teatro o convertidos en audiovisual televisivo, cinematográfico, o hipermedial. «Contra la representación, elaborada por la literatura misma y retomadas por la más comúnmente aceptada de las historias del libro, según la cual el texto existe en sí mismo, separado de toda materialidad, se debe recordar que no hay texto fuera del soporte que lo da a leer (a escuchar o ver), y por lo tanto no hay comprensión de un escrito, cualquiera sea este, que no dependa en alguna medida de las formas por medio de las cuales alcanza a su lector.»23 Comprender los principios que, en distintas épocas y sociedades, gobiernan lo que Foucault llamó el orden del discurso para Chartier supone «que se descifren en rigor las leyes que fundan los procesos de producción, de comunicación y de recepción de los libros» (y de todos los objetos 26 que, en las distintas épocas y sociedades, permiten la circulación de los escritos canónicos o comunes). En el caso del libro, al historiador de la lectura eso le implica atender a los dispositivos técnicos, visuales, físicos que organizan la puesta en impreso del escrito y no concentrarse, única y exclusivamente, en el análisis del contenido semántico del texto. De allí que también conceptúe que «la lectura no es sólo una operación abstracta de intelección: es puesta en juego del cuerpo, inscripción en un espacio, relación consigo mismo y con los otros.»24. Esta postura implica re-definirla en términos de representaciones y prácticas, dos nociones que en la perspectiva histórica defendida por Chartier aparecen frecuentemente asociadas. La noción de representación es usada en referencia a tres registros distintos aunque relacionados, de la experiencia histórica de individuos y comunidades: • Las representaciones colectivas (en el sentido elaborado por Durkheim) sobre las que se funda la manera en que los miembros de una misma colectividad perciben, clasifican y juzgan el mundo social. • Las representaciones «entendidas en el sentido de los diferentes signos o «perfomances» simbólicos encargados de hacer ver y hacer creer la realidad de una identidad social o la potencia de un poder.» Las representaciones, así entendidas, se objetivan en discursos, en imágenes y en prácticas. • Por último, la representación concebida como la delegación que se le hace a un actor social (individual o grupal) para que como delegado o representante actúe en lugar de una comunidad, un grupo social específico, una clase, un individuo incluso; para que los sustituya, hable en lugar de ellos, defienda sus intereses, los represente en una negociación, por ejemplo, con el Estado o con otro grupo o poder social. En su opinión, el concepto de representación –en su múltiple significación- permite comprender la relación dinámica que articula la interiorización que hacen los individuos de las divisiones del mundo social y las transformaciones de tales divisiones en virtud de las luchas simbólicas cuyos instrumentos y apuestas son las representaciones y las clasificaciones de los demás y de uno mismo». (Se refiere a las llamadas «luchas de representaciones») La noción de práctica, como ya se dijo, Chartier la considera inseparable de la de representación, «en la medida en que designa las conductas ritualizadas o espontáneas que, acompañadas o no de discurso, manifiestan (o revelan) las identidades, permiten reconocer los poderes en juego y las tácticas que intentan oponérseles, resistirlos o impugnarlos. «La noción de práctica designa así las representaciones concretadas en la inmediatez de las conductas cotidianas o en el ordenamiento de los ritos sociales» 25 . Hablando sobre la utilidad de la noción de práctica en relación a la historia de la lectura en países de gran diversidad social y cultural, como los latinoamericanos, Chartier comentó que esta noción, «entendida como la manera en que los individuos, las comunidades o las clases manejan los códigos, los textos o los objetos permite evitar dos escollos que aparecen a menudo en las ciencias sociales: • Por una parte, recuerda que los dispositivos en que se fundan las dominaciones (sean estas políticas, sociales, sexuales, étnicas o de otro tipo) nunca suprimen por completo el espacio propio de la apropiación que puede desplazar, reformular, subvertir lo que está impuesto: un sistema de restricciones, una autoridad social, el sentido o la interpretación canónica de un texto, etc. Como sostenía Michel de Certau, las tácticas de los más débiles siempre pueden limitar, modificar o desviar los efectos que procuran producir las estrategias de los poderosos. Aunque no se trata de un juego justo, equilibrado, equitativo, siempre que haya prácticas de control, de vigilancia, de disciplina, se oponen de manera más o menos eficaz, según la circunstancias, otras prácticas que expresan distancia, resistencia, impugnación o rechazo. En los estudios sobre la lectura en países cultural y socialmente muy diversos Chartier considera que es muy pertinente el uso de la noción de práctica, «que apunta justamente a dar cuenta de las apropiaciones diferenciadas, desiguales y conflictivas de los códigos, las reglas, los textos compartidos»26 27 • Por otra parte, el concepto de práctica lleva a todos aquellos que se desempeñan como investigadores, docentes o intelectuales a controlar los efectos que ello produce en la relación que mantienen con el mundo social. Este –recuerda- no es solamente un universo de textos y discursos. Se va construyendo, a cada instante, en virtud del entrecruzamiento de prácticas sin discurso, de gestos hechos sin pensar, de conductas automáticas y espontáneas. [Contra lo que Pierre Bourdieu designó como una relación «escolática» con la realidad, característica de una posición que pretende pasar por desinteresada, distanciada y discursiva, hay que pensar «en las lógicas propias de las prácticas, que no son las que rigen el enunciado de los discursos sobre el mundo» El que como científico se enfrenta a la necesidad de «escribir las practicas» a fin de comprenderlas, de producir y trasmitir su conocimiento, no debe dejar de reconocer que «estas prácticas son irreductibles a todos los discursos que procuran objetivarlas». 27 Comunidades lectoras: comunidades de intérpretes En Comunidades lectoras, Chartier hace del texto de M. de Certeau citado al inicio «un fundamento obligado y un inquietante desafío para toda historia que se proponga levantar un inventario y dar razón de un práctica -la lectura- que muy rara vez deja huellas, que se esparce en una infinidad de actos singulares, que se libera gustosa de todas las imposiciones que aspiran a someterla.» Tal proyecto se funda en estos postulados: • la lectura no está ya inscrita en el texto, sin distancia posible entre el sentido que le es socialmente asignado por el autor, el uso escolar, la crítica especializada, etc. y las interpretaciones (o lecturas) que del texto pueden hacer los lectores con habilidades y capitales culturales específicos y, con frecuencia, desiguales. • Un texto existe porque hay un lector para otorgarle significación mediante una práctica lectora. Ya se trate de un artículo del periódico o de la novela de un autor legitimado, plenamente reconocido por el canon de occidente, Proust o Flaubert, por ejemplo, «el texto no tiene significación sino a través de sus lectores; cambia con ellos; se ordena de acuerdo con códigos de percepción que escapan a él.» No cobra su valor de texto sino en su relación, en su encuentro con el lector y su mundo, «por medio de un juego de implicaciones y astucias entre dos tipos de expectativas combinadas: la que organiza un espacio legible, esto es, una textualidad, materialmente configurada como un objeto sensorialmente perceptible, y la derivada de la ejecución lectora, la práctica concreta, específica, mediante la cual la significación de la obra se construye, existe. Por lo tanto, concluye Chartier, la tarea del historiador es reconstruir las variaciones que diferencian los «espacios legibles» –es decir, los textos en sus formas discursivas y materiales- y aquellas que gobiernan las circunstancias de su ejecución – esto es, las lecturas, entendidas como prácticas concretas y como procedimientos de interpretación-. realizadas por individuos o grupos de lectores no menos concretos. Siempre apoyándose en las sugerencias de M. de Certau, Chartier define el campo de la historia de la lectura teniendo en cuenta tres elementos, generalmente separados por las fronteras de la especialización disciplinaria, tanto las ligadas a la tradición historiográfica, como las derivadas de otras disciplinas (la lingüística, la psicología, la semiología, etc): • Por un lado, el análisis de los textos, sean canónicos u ordinarios, descifrados en sus estructuras, sus motivos, sus alcances. • Por otro, la historia de los libros y, más allá de ellos, de todos los objetos y de todas las formas que vehiculan los escritos. • Por último, el estudio de los discursos y las prácticas que, de diversos modos, se hacen cargo de esos objetos o de esas formas, produciendo usos y significaciones diferenciadas. Varias cuestiones se derivan de este modelo:
Las formas materiales producen sentido y tienen historia De esta convicción se deriva la particular atención con que se observa el encuentro entre «el mundo del texto» y «el mundo del lector» (P. Ricoeur). Reconstruir en sus dimensiones históricas este proceso de «actualización» de los textos exige, ante todo, considerar que sus significaciones dependen, en parte, de las formas a través de las cuales son recibidos y apropiados por sus lectores (o sus oyentes). Estos, como siempre enfatiza Chartier, «jamás se enfrentan con textos abstractos, ideales, desprendidos de toda materialidad: manejan o perciben objetos y formas cuyas estructuras compositivas y soportes materiales gobiernan o dirigen la lectura (la escucha o la visibilización), y en consecuencia la posible comprensión del texto leído (escuchado o visto). Esta comprensión es siempre tanto el resultado del trabajo intelectual (mental) como de la experiencia de los sentidos. Contra la concepción puramente intelectual y/o lingüística del texto (con énfasis en lo sintáctico-semántico), tan habitual en la perspectiva estructuralista en todas sus variantes, como también en teorías literarias más interesadas en reconstruir la recepción de las obras (se refiere a la estética de la recepción propuesta por autores como W. Iser y H. R. Jauss), «hay que sostener –afirma Chartier- que las formas materiales producen sentido, y que un texto, estable en su letra, está investido de una significación y de una categoría inéditas cuando cambian los dispositivos que lo proponen a la interpretación.» Así mismo, habría que añadir, que también lo hace cuando cambia la comunidad lectora que lo interpreta. Comunidad que, para el enfoque que interesa a Chartier, es siempre una comunidad histórica y social concreta, no exclusivamente una dimensión puramente textual como la que tiene en mente U. Eco cuando habla del lector modelo Como ejemplo de que las variaciones en las modalidades más formales de presentación de los textos pueden modificar no sólo su registro de referencia sino también su modo de presentación, Chartier recuerda lo que considera la principal mutación de la impresión europea entre los siglos XVI y XVII: «el triunfo definitivo de los blancos sobre los negros», es decir, la ventilación de la página por obra de la multiplicidad de los párrafos que quiebran la continuidad ininterrumpida del texto y de los apartados que hacen inmediatamente visible, por medio de los cortes y los puntos aparte, el orden del discurso. «Así los nuevos editores sugieren una nueva lectura de las mismas obras o de los mismos géneros, una lectura que fragmenta los textos en unidades separadas y que reencuentra, en la articulación visual de la página, la articulación intelectual o discursiva del argumento» 28 . El uso de una puntuación que fragmenta la continuidad textual a algunos intelectuales les causó graves preocupaciones cuando se usó en un texto sagrado. Chartier recuerda el desasosiego de J. Locke por la costumbre, habitual en su tiempo, de dividir el texto de la Biblia en capítulos y en versículos: «para él, dicha disposición corría el gran riesgo (de entorpecer) la potente coherencia de la Palabra de Dios.». A propósito de las Epístolas de San Pablo, este filósofo anotaba que «no solamente el Hombre Común toma los versículos como Aforismos distintos, sino que incluso los Hombres dotados de mayor Saber, al leerlos, pierden mucho de la fuerza y de la potencia de su Coherencia y de la Luz que de ellas depende». En suma, los efectos de tal puntuación le parecían desastrosos, pues podían autorizar a cada secta o partido religioso a fundar su legitimidad en los fragmentos de las Escrituras que les parecieran más adecuados a sus puntos de vista, a usarlos según sus intereses: «Si se publica una Biblia como se debe, es decir, tal como fueron escritas sus diferentes Partes, en discursos continuos donde el Argumento tiene continuidad, estoy persuadido de que los diferentes Partidos la criticarían como una Innovación y un Cambio peligroso en la publicación de estos Libros santos […]. Le 29 basta [al fiel de una iglesia particular] con munirse de ciertos Versículos de las Santas Escrituras, que contengan Palabras y Expresiones que le será fácil interpretar […], y su Sistema, que los habrá integrado a la Doctrina ortodoxa de su Iglesia, hará inmediatamente de ellos los Abogados poderosos e irrefutables de su Opinión. He aquí la ventaja de las frases separadas, de la Fragmentación de las Escrituras en Versículos que muy pronto se transforman en Aforismos independientes» 29 . • La lectura, una práctica en el sentido antropológico del término. Desde el horizonte histórico-cultural en el que se ubica Chartier, horizonte que el ha ido construyendo a partir de una compleja articulación de referencias teóricas y metodológicas (que además de las derivadas de su propio campo disciplinar, la Historia, de las tomadas del antropólogo M. de Certau, también incluye, entre otros, aportes de los sociólogos N. Elias y P. Bourdieu, así como del filosofo M. Foucault,…), la lectura, enfatiza, (…) es siempre una práctica encarnada en gestos, espacios, hábitos. A distancia de una fenomenología que borra toda modalidad concreta del acto de lectura y lo caracteriza por sus efectos, postulados como universales (…) una historia de los modos de leer debe identificar las disposiciones específicas que distinguen a las comunidades de lectores y las tradiciones de lectura» (que les pertenecen o con las que se identifican)30 Una historia cultural de la lectura obliga a enfrentar la otredad en relación a las prácticas lectoras. Aunque en Occidente estas no parecen ofrecer perfiles tan raros o extravagantes como los presentes en la narración que Robert Darnton hace sobre el lugar que la lectura de cuentos ocupa en los ritos funerarios de la isla de Bali, su radical singularidad respecto de nuestras actuales tradiciones, convenciones y expectativas lectoras ilustra, con especial claridad, a que se refiere Chartier cuando habla de la necesidad de identificar (también en las practicas de occidente) las particularidades que distinguen a las comunidades lectoras y a su modos de leer. Desde la perspectiva histórica y cultural que defiende, es un presupuesto equivocado negar el problema de la otredad y creer que en todas las sociedades, culturas y épocas donde se practica la lectura, ésta se lleva a cabo de modo fundamentalmente igual a como hoy lo hacemos, variando sólo los textos leídos o la cantidad de personas que están en condiciones, con deseos u obligadas a hacerlo. Dice R. Darnton: «Cuando los habitantes de Bali preparan un cadáver para enterrarlo, se leen historias mutuamente, historias comunes de recopilaciones de sus cuentos más familiares. Leen sin parar, las 24 horas (del) día, durante dos o tres días, y no porque necesiten distracción, sino debido al peligro de los demonios. Los demonios se apoderan de las almas durante el período vulnerable que sigue 30 inmediatamente después de una muerte, pero las historias los mantienen alejados. Como las cajas chinas o los jardines laberínticos ingleses, estas historias contienen cuentos dentro de los cuentos, de tal manera que el individuo que empieza a leer uno entra al otro, pasando de una trama a otra cada vez que llega a una esquina (de la casa del muerto o del lugar donde éste se encuentra), hasta que por último llega al centro del espacio narrativo, que corresponde al lugar que ocupa el cadáver en el patio interior de la casa. Los demonios no pueden penetrar en este espacio porque no pueden dar vuelta en las esquinas. Se golpean la cabeza inevitablemente con la masa narrativa que los lectores han levantado, y por ello la lectura ofrece una especie de fortificación que rodea el rito balinés. Crea una muralla de palabras que funciona como la estática de las transmisiones de radio. No divierte, ni instruye, ni cultiva ni ayuda a pasar el rato: protege a las almas mediante la trama narrativa y la cacofonía de los sonidos31 . • Las obras y sus cambiantes sentidos «Las obras –aún y sobre todo las más grandes- no tienen sentido estable, fijo, universal.» Se cargan de significaciones diferentes y cambiantes construidas en el marco del encuentro de una propuesta material, formal, de edición y unas específicas condiciones de recepción. Los sentidos atribuidos a sus disposiciones formales, a sus desarrollos temáticos, a sus configuraciones textuales dependen de las competencias y de las expectativas de los diferentes públicos que entran en relación con ellas. Los mismos creadores, los estudiosos, eruditos o especialistas, los críticos especializados o no de los medios, los profesores, en suma los representantes de los diversos poderes sociales que viven material y espiritualmente de los escritos, «aspiran siempre a fijar el sentido y a enunciar la interpretación correcta que deberá forzar la lectura (la escucha o la mirada). Sin embargo, la recepción siempre inventa, desplaza, distorsiona» (los sentidos autorizados y autoritarios)32 . • Las grandes obras, un recurso social para pensar lo esencial Producidas en el marco de un orden específico que tiene sus reglas, sus convenciones, sus jerarquías, hay obras que están hechas de tal forma que en cierto modo favorecen el que tales códigos de producción sean eludidos, cambiados o difuminados al peregrinar, a veces durante siglos, a través de diversos mundos sociales. Descifradas a partir de los esquemas mentales y afectivos que constituyen la «cultura» (en el sentido antropológico del término) de las comunidades que se las van apropiando en ese largo trasegar, se convierten para éstas «en un recurso precioso para pensar lo esencial: la construcción del vínculo social, la subjetividad individual, la relación con lo sagrado33 . • Las obras y las determinaciones sociales que las constituyen «(…) toda creación inscribe en sus formas y en sus temas una relación con la manera en que, en un momento y sitios dados, se organizan el modo de ejercicio del poder, las configuraciones sociales o la economía de la personalidad.» Pensado (y pensándose) como un poder autónomo, un creador en el sentido romántico del término, el escritor crea sin embargo en y desde múltiples dependencias . Dependencia respecto de las reglas –del patronazgo, del mecenazgo, del mercadoque definen su condición de autor. «Dependencia, aún más fundamental, respecto de las determinaciones no sabidas que habitan la obra y que hacen que ésta sea concebible, comunicable, descifrable.» 34 Dependencias, reconocidas o secretas, que fundan sus condiciones de posibilidad, de comunicabilidad y de inteligibilidad. • Reconocimiento de las diferencias entre las obras Considerar que toda obra está determinada por las prácticas y las instituciones del mundo social que la produce o se la apropia no implica postular una igualdad general entre todas las producciones intelectuales. Unas, más que otra, no agotan jamás su potencial significativo. Para comprender esto 31 resulta insuficiente invocar las creencias acerca de la universalidad de lo bello o de la unidad de la naturaleza humana. Lo esencial –cree Chartier- se juega en otra parte: en las relaciones complejas, sutiles, cambiantes, anudadas entre las formas propias de las obras (sus configuraciones sígnicas y materiales), diferencialmente expuestas a las apropiaciones, a los hábitos, a las preocupaciones, a las expectativas y a los gustos de los diferentes públicos que históricamente han entrado en relación con ellas35 . Sugerencia metodológica Para identificar las disposiciones especificas que caracterizan las comunidades lectoras y sus tradiciones de lectura, el enfoque y la concepción de lectura propuesta por Chartier supone el reconocimiento de varias series de contrastes: • Entre competencias lectoras La primera división, esencial pero incompleta, entre alfabetizados y analfabetos no agota las diferencias en la relación con los escritos. Todos aquellos que pueden leer los textos no los leen de igual modo. Es apreciable la distancia existente entre los lectores hábiles, culturalmente muy competentes, expertos en hacer inferencias, en «leer entre líneas», capaces de establecer conexiones textuales por su cuenta, de producir otros textos a partir de lo leído y los poco diestros, obligados, por ejemplo, a leer muy lentamente, en voz alta y repitiendo frases o párrafos enteros para poder comprender y retener algo de lo leído; a gusto sólo con algunas formas textuales o tipográficas (frases sencillas, párrafos pequeños, letra grande, dibujos, etc.) Bourdieu también plantea que hay lecturas diversas –luego competencias diferentes-, posibilidades diferenciadas para apropiarse del objeto libro; instrumentos intelectuales desigualmente distribuidos, por ejemplo, según el tipo de texto, según la edad, y esto lo considera esencial, según la relación con el sistema escolar, desde el momento en que este existe. • Entre normas y convenciones de lectura Cada comunidad de lectores realiza su práctica apoyándose o rigiéndose por normas, convenciones, usos considerados legítimos de los libros y de lo leído; como también de modos de leer derivados de tal o cual instrumental teórico, perspectiva o tradición intelectual, cultural o política; de sistemas o procedimientos de interpretación elaborados o más o menos arbitrarios o azarosos.. • Entre expectativas, intereses y gustos Las comunidades llevan a cabo sus lecturas y se relacionan con textos y libros desde representaciones de la lectura que configuran expectativas, intereses, sensibilidades, preferencias, propósitos o finalidades muy diversas. Incluso desde prejuicios, creencias, sospechas, prohibiciones, libertades, servidumbres, fobias y filias… Hay por ejemplo lectores que no pueden leer una ficción novelesca sino es desde la creencia de que el contenido de la obra, sea cual sea la historia contada y los recursos utilizados para hacerlo, es siempre autobiográfico36 Desde el análisis pormenorizado de toda esta serie de contrastes es posible explicar el que un mismo texto, en el mismo soporte, sea leído de muy distintos modos por lectores que no disponen de los mismos instrumentos intelectuales y culturales, que no mantienen la misma relación con los escritos, que no se identifican en materia de preferencias temáticas o discursivas, en gustos o estéticas; que no necesariamente comparten el sentido, función o valor acordado a la lectura, al escrito, al libro por los profesionales de la lectura, por las instituciones, autoridades o poderes a quienes tal práctica interesa o preocupa. Para la historia cultural de la lectura «lo esencial es, en consecuencia, comprender cómo, en distintas épocas, sociedades y comunidades de interpretes, los mismos textos pueden ser diversamente aprehendidos, manejados, comprendidos.» 37 Identificar las redes de prácticas y las reglas de lectura propias de las diversas comunidades de lectores del pasado o del presente (religiosas, intelectuales, científicas, profesionales, políticas, aunque también, las regidas por otros criterios como las clases de edades, las identidades de 32 género, etc.) es una tarea de primordial importancia para una historia de la lectura también preocupada por comprender, en sus singularidades y diferenciaciones pasadas o actuales, la figura paradigmática del lector furtivo. Notas 1 Roger Chartier, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Editorial Gedisa, Barcelona, 1994. 2 H. M. Enzensberger, «Una modesta proposición para proteger a la juventud frente a los productos de la poesía», en Mediocridad y delirio, Editorial Anagrama, Barcelona 1991, pág. 31. 3 El artículo mencionado salió publicado en el libro La pasión de leer. Frontera entre el sueño y la vigilia. Bajo la coordinación académica de Augusto Escobar Mesa allí aparecen compiladas las intervenciones que, en el marco de las Segundas Jornadas de literatura, tuvieron además de P. Bonnet, Héctor Abad Faciolince, Juan G. Cobo Borda, Fernando Cruz Kronfly, Octavio Escobar, William Ospina, Jaime Alberto Vélez, entre otros. El libro hace parte de la colección Atraparte, Comfama, Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2002. 4 Un ejemplo reciente de lo anotado por Bonett se pudo leer recientemente. En El Espectador del pasado domingo 11 de enero del 2009, págs 16 y 17, Nelson Freddy Padilla publicó un texto titulado Vida y muerte de un maestro de literatura. Se refería al profesor Eduardo Jaramillo Zuluaga, quien murió congelado en un arroyo de Gransville (Ohio) el 23 de diciembre del 2008 cuando intentaba salvar a su perro. A comienzos de los años 80 vivía en Bogota y era profesor de literatura para estudiantes de sexto de bachillerato en el Colegio Refous. Anota Padilla: «La posibilidad de que en un solo curso surjan tres destacados escritores profesionales (Mario Mendoza; Santiago Gamboa y Ramón Cote) parece de una en un millón, pero tal record se le atribuye al talento de Jaramillo para inspirar y enseñar.» A raíz de su muerte, Ramón Cote escribió: «Lo único que podía disipar esas mañanas de neblina y pánico en ese colegio de las afueras de Bogotá, era la figura de Eduardo Jaramillo, el profesor de literatura, quien llegó a nuestras vidas en el momento que más lo necesitábamos. (…) fuímos varios los que caímos fulminados ante sus clases donde nos reveló con gran generosidad a nombres como Borges, Kafka, Vallejo, Poe, Guillén, Paz (…). Padilla informa que en abril del pasado año, la revista SOHO le pidió a M. Mendoza un artículo sobre el profesor ideal. Escribió sobre Jaramillo, quien lo atrapó con las Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. 5 Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard, La lectura de un siglo a otro. Discursos sobre la lectura (1980-2000), Editorial Gedisa, Barcelona, , pág. 175, 2002. 6 Chartier-Hébrard, op. cit., pág. 175. 7 Renán Silva (traductor), La lectura: una práctica cultural.Debate entre Pierre Bourdieu y Roger Chartier en Revista Sociedad y Economía No.4, abril de 2003, Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle, Cali, pág. 173. 8 Cfr: con lo anotado por Nora Catelli en Testimonios tangibles. Pasión y extinción de la lectura en la narrativa moderna, Anagrama, Barcelona, 2001. También: con Ricardo Piglia, El último lector, Anagrama, 2005. 33 9 Roger Chartier, Escuchar a los muertos con los ojos, Katz editores, Buenos Aires, pág.11. 10 Renán Silva, La lectura: una práctica cultural, págs. 165/6. 11 Marcas que pueden no estar presentes, por ejemplo, en una fotocopia del texto en la que se ha eliminado partes del texto que se considera no esenciales para su lectura/ comprensión: Carátula del libro, Tabla de contenido, Referencias bibliográficas, etc. 12 Editorial Plaza y Janés, Colección Circulo Cuadrado, dirigida por Margarita Rivière, Barcelona, 2000. En uno de los libros de la colección la nota de Presentación de la misma titulada ESTA COLECCIÓN DARÁ QUE PENSAR…anotaba a continuación: «El Círculo Cuadrado intenta poner al alcance de una mayoría los saberes esenciales para vivir. El Círculo Cuadrado es la puerta que nos abre paso al camino que permite entender el mundo que vivimos. Ésta es una colección ecléctica, escrita para desmontar tópicos y «saberes inamovibles». Esta es una colección mestiza, capaz de mezclar armoniosamente un círculo con un cuadrado y descubrir que pensar es divertido». 13 El periódico El País, de Cali, desde hace algún tiempo acostumbra resaltar en amarillo los fragmentos que desde el periódico se consideran más importante en los artículos publicados. 14 Vicente Quirarte, Enseres para sobrevivir en la ciudad, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1994, págs. 85 y siguientes. 15 Un ejemplo significativo: la publicación, por la revista Cambio, de un fragmento de las, en su momento, esperadas memorias del escritor Gabriel García Márquez. Ver portada y páginas interiores del No. 397, del 29 de enero al 5 de febrero del 2001. No sobra resaltar que se trata de un número singularizado, en la parte superior de la carátula, con el distintivo de ESPECIAL ANIVERSARIO. 16 El auge global de las publicaciones biográficas no ha pasado desapercibido en la prensa nacional. El Tiempo publicó el domingo 18 de febrero del 2000 una nota de una página de extensión titulada «El arte del yo-yo». Allí se intentaba explicar su auge con base en el testimonio aportado por el poeta E. Escobar, quien opinaba que se debía «al creciente interés por las historias personales» y al «recrudecimiento de la natural inclinación humana a meter la nariz en las vidas de otros, para escarmentar en cuerpo ajeno y para ver que e todas las cosas suceden hasta en las mejores familias». Esta explicación, basada en el gusto por fisgonear en la vida del otro, se complementó con una cita del libro del profesor de literatura de la Universidad de Yale, Georges May, La Autobiografía (1979), según la cual el fenómeno se debe a que «el individualismo preconizado por la sociedad contemporánea crea las condiciones para elaborar de cuando en cuando exámenes de conciencia». El periodista, recordando que a Hillary Clinton le pagarán más de 10.000 millones de pesos por relatar su vida, anota de su cosecha, que las motivaciones económicas también cuentan. Razones que tienen que ver con el cuidado o el cultivo de la propia individualidad, con la seducción que ejerce el conocer la vida del otro (alteridad) o con el rendimiento que la historia de una vida puede obtener en el mercado editorial, explicarían tanto el surgimiento de revistas especializadas como la argentina Intramuros, la publicación de la autobiografía del último condenado a la silla eléctrica en USA y las de «los ilustres desconocidos que participan en proyectos para autobiografiarse (...) en talleres de universidades como la Javeriana (Bogotá) y en sitios de Internet originados en Brasil, Canadá y Francia. Por lo que hace al mercado colombiano de lo autobiográfico, J. I. Pérez, director para Colombia de la Editorial Grijalbo comentó que «las autobiografías se venden bien, cuando se trata de una figura destacada en la sociedad. Como ejemplos cita la de Bolillo Gómez, de la cual se hizo un tiraje de 15.000 ejemplares, cifra que para un persone de nuestro país constituye un best seller, pues las autobiografías que más circulan, junto con sus parientes cercanos (memorias, biografías, diarios íntimos, entrevista y narraciones de viajes) son las vinculadas a figuras extranjeras (europeas y norteamericanas principalmente), pues «colombianas casi no tenemos», anotó alguno 34 de los libreros bogotanos entrevistados, situación que una rápida revisión en las librerías caleñas también corrobora. La falta de una buena oferta de autobiografías nacionales se sustenta en el supuesto de que «en Colombia no se ha cultivado este tipo de escritura como en otras latitudes» , pues unos profesores (M. J. Durán y P. Londoño, de quienes no se da mayor información) apenas encontraron 376 títulos publicados entre 1817, cuando apareció Vida de la venerable monja Francisca Josefa del Concepción Castillo, y 1996, cuando lo hizo Pendejadas mías, de Germán Llano Posada. «Desde entonces, el promedio de dos autobiografías por año se mantiene»; este promedio resulta de una aplastante inferioridad respecto del alcanzado en Italia, Alemania, Estados Unidos y Francia, países en los que, según datos de la Association pour l’Autobiographie, «llegan a las librerías mas de 300 novedades anuales.» El autor de la nota periodística y los profesores que en ella dan su testimonio no establecen diferencia (necesaria) entre escribir y publicar: También pasan por alto que tal tipo de narrativas se puede estar construyendo en formatos distintos al del libro y en lenguajes diferentes al verbal escrito; así que sin mayores matices diagnostican que en Colombia no se escriben autobiografías porque «en el país escasean los factores que alimentan el interés por contar la historia de la propia vida: tener un pasado heroico, un alto nivel de instrucción pública, un amplio circuito de bibliotecas y una vasta afición por la lectura y la escritura». De los factores mencionados al comienzo –afirmación de la individualidad, interés en el acceso a la experiencia vivida por otros, existencia de un mercado para este tipo de escritos- no se vuelven a referir. Pero como de alguna manera hay que explicar que, contra el diagnóstico general –«en Colombia es escaso el cultivo del yo»- el ex-presidente C. Lleras Restrepo le dedicó doce volúmenes a la escritura de Crónicas de mi propia vida, que la Autobiografía de Tomás Carrasquilla ha sido reeditada veinte veces, se traen a cuento «otros motores de le escritura biográfica también mencionados por el citado profesor May», factores que, casualmente, si se dan en Colombia: «deseo de poner las cosas en claro, de dejar un testimonio, de saborear el placer de revivir la propia vida, de dar ejemplo, de rebelarse contra el olvido, de buscar un sentido a la existencia». 17 A los pocos días de el libro estarse vendiendo en todo el país, la periodista Claudia Gurisatti la entrevistó por televisión en el programa a su cargo llamado La Noche; al día siguiente lo hizo con otros liberados o familiares de personas aún secuestradas, práctica que aún sigue realizando, dada la permanente actualidad del flagelo del secuestro en nuestra sociedad. Finalmente, en lo que parece ser el cierre del dispositivo informativo-publicitario implementado por la casa editorial, parece que Leszli estuvo dedicada a viajar por el país, promoviendo la venta de su libro mediante el expediente de asistir a las librerías, a horas previamente acordadas y publicitadas, a firmar autógrafo y escribir dedicatorias a los compradores interesados en obtener tales recuerdos En Cali estuvo el 8 de julio del 2000, en algunas de las sedes de la librería Nacional, especialmente las ubicadas en conocidos centros comerciales como Chipichape y Unicentro. 18 Por el lado paterno, Leszli Kalli es de ascendencia judía. Desde los 9 años escribe diarios íntimos y había terminado sus estudios de bachillerato cuando fue secuestrada. Teniendo en cuenta estos antecedentes no sería raro que conociera, así fuera de oídas, el caso de Anna Frank y lo sucedido con su diario. 19 Vicente Quirarte, op. cit., pà.128 20Renán Silva, La lectura: una práctica cultural. Conversación Chartier-Bourdieu, pág. 173. 21 Recuérdese que en la tradición lectora inspirada en la Semiología Estructural el reconocimiento de la autoría no era un rasgo particularmente importante a la hora de analizar los textos literarios. 22 R. Chartier, El Orden de los libros, pág. 20. 35 23 Ibíd., pág. 25. 24 R. Chartier, El orden de los libros, pág. 29. 25 R. Chartier, Las revoluciones de la cultura escrita, pág. 125. 26 Ibíd., pág. 125. 27 R. Chartier, Las revoluciones de la escritura, pág 126. 28 R. Chartier, El orden de los libros, pág. 31. 29 Ibíd., pág 32. 30 Ibíd., pág. 23. 31 Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios de la historia cultural francesa, pág.216. 32 Chartier, Orden de los libros, pág. 21. 33 Ibíd. 34Ibíd. 35 Chartier, El orden de los libros, pág 22. 36 Cfr: Lo dicho por M. Kundera en Los testamentos traicionados. 37 Chartier, Orden de los libros, pág.28. Bibliografía Catelli Nora, Testimonios tangibles. Pasión y extinción de la lectura en la narrativa moderna, Editorial Anagrama, Colección, Argumentos, Barcelona, 2001 Darnton Robert, La gran matanza de gatos, y otros episodios, de la historia de la cultura francesa, Editorial FCE, México, 1987 De Certeau Michel, La invenc
ión de lo cotidiano, I. Artes del hacer, Universidad Iberoamericana, A.C., México, 1996 Enzensberger Hans Magnus, Mediocridad y delirio, Editorial Anagrama, Barcelona, 1991 Escobar Augusto Coordinador académico, La pasión de leer. Frontera entre el sueño y la vigilia, Editorial Universidad de Antioquia, Comfama, Atraparte, Medellín, 2002 Chartier Roger, Las revoluciones de la cultura escrita. Diálogo eIntervenciones, Editorial Gedisa, Colección Lea, Barcelona, 2000 ____________, La historia o la lectura del tiempo, Editorial Gedisa, Colección Visión 3X, Barcelona, 2007 ____________, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Editorial Gedisa, Barcelona, 1994 ____________, Escuchar a los muertos con los ojos, Katz Editores, Colección Conocimiento, Madrid, 2007 Chartier Anne-Marie y Hébrard Jean, La lectura de un siglo a otro. Discursos sobre la lectura (1980-2000), Editorial Gedisa, Barcelona, Barcelona, 2002 ______________________________, Discursos sobre la lectura, (1880- 1980), Editorial Gedisa, Barcelona, 1998 Kalli Leszli, Secuestrada, Editorial Planeta, Bogotá, 2000 Marina José Antonio, El vuelo de la inteligencia, Editorial Plaza y Janés, Colección Circulo Cuadrado, Barcelona, 2000 Piglia Ricardo, El último lector, Editorial Anagrama, Barcelona, 2005 Quirarte Vicente, Enseres para sobrevivir en la ciudad, Grupo editorial Norma, Colección La pequeña biblioteca, Bogotá 1994 Revista Sociedad y Economía No.4, abril de 2003, Fac. Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle, Cali La lectura desde una perspectiva histórico-cultural María Griselda Gómez Fries (griselda@univalle. Edu.co) Profesora titular Escuela de Comunicación Social, Facultad de Artes Integradas, Universidad del Valle RESUMEN: Presentación de la perspectiva teórico-metodológica que sobre la lectura como práctica cultural e histórica viene construyendo la historia cultural, especialmente bajo la orientación impartida por Roger Chartier, y con apoyo en elaboraciones afines de M. de Certeau, P. Bourdieu A. Petrucci, entre otros. PALABRAS CLAVE: lectura, práctica, representación, apropiación, habitus
ENCLASE DE NARRACION ME LLE GO ESTE TEXTO QUE LES QUIERO COMPARTIR PARA QUE ACTIVEN SU DUCIPLINA EN LECTURA GRACIAS MI VVALLE
PRESENTACIÓN Lectura: libertades y restricciones Mi madre me prohibió la lectura del Martín Fierro, ya que lo consideraba un libro sólo indicado para matones y colegiales, y que además no tenía nada que ver con los verdaderos gauchos. Ese libro también lo leí a escondidas. Jorge Luís Borges L a relación con el libro, anota el historiador Roger Chartier en El orden de los libros1 , texto introductorio de su libro del mismo nombre, está caracterizada por un movimiento contradictorio. Por una parte, a todo lector le toca enfrentar un conjunto de obligaciones, consignas, normas. Todos los que de una forma u otra han mediado en su producción o circulación social (autor, editor, crítico, profesor, etc.) aspiran a controlar de cerca la producción de sentido y a hacer que el texto que ellos escribieron, publicaron, glosaron, autorizaron o enseñaron sea comprendido sin apartarse de lo que su voluntad ha prescrito como la interpretación correcta. Pero, por otro lado, hay en los lectores, esos nómadas furtivos, esos viajeros por las tierras del lenguaje -Chartier, tras la senda de de Certau así lo cree- una especie de pasión por el nomadismo, la rebeldía, el vagabundeo; un gusto por la re-invención, por el desplazamiento, por la distorsión de lo leído y de las normas inculcadas sobre la lectura. «Son infinitas las astucias que desarrollan los lectores para procurarse los libros prohibidos, para leer entre líneas, para subvertir las lecciones impuestas.» El lector: alguien que se debate entre la libertad y la censura Entre los intelectuales modernos, especialmente en los poco apegados a esquemas socialmente reconocidos como propios del conservadurismo cultural, la libertad de leer es una posición defendida con todo el entusiasmo del caso. Así, en un artículo originalmente publicado hacia 1976, el escritor H. M. Enzensberger, después de afirmar enfáticamente que «la lectura es un acto anárquico», reivindica la absoluta libertad del lector al tiempo que cuestiona, con mucha ironía, tanto el respeto a un canon de lectura considerado como la forma legítima de leer, como el autoritarismo ligado a la tradición de la interpretación correcta, ese modo de practicar la lectura que, cuando se aplica a los textos literarios o artísticos, habitualmente se asocia a la formación escolar, especialmente en sus niveles medios, aunque, podríamos añadir, es evidente que también es de uso corriente en sectores de la crítica mas o menos especializada, a veces asociada a ciertas tradiciones disciplinarias y/o opciones políticas, así como a las organizaciones que defienden posiciones ortodoxas en diversos campos del acontecer social, y por supuesto, en instituciones que necesitan controlar la libertad de pensamiento de sus integrantes, como es el caso de las religiones organizadas en torno a un libro sagrado y los partidos políticos de corte totalitario o fundamentalista, los que, por obvias razones, precisan ejercer un férreo control sobre sus integrantes, asumidos como congregaciones de lectores o de interpretes obligados a leer según la norma que el grupo considera legítima, esto es, el canon reconocido como dominante al interior de la comunidad de pertenencia. Muy lejos de estas posiciones autoritarias y controladoras de la lectura, Enzensberger, como de Certau y, en parte Chartier, considera que El lector tiene siempre razón y nadie le puede arrebatar la libertad de hacer de un texto el uso que le cuadre. Y esta libertad implica hojear, volver atrás, saltarse pasajes completos, leer las frases a contrapelo, entenderlas mal, transformarlas, buscarles una continuación diferente, adornarlas con todo tipo de asociaciones, sacar conclusiones del texto de las que el texto nada sabe, sentirse molesto por el texto, gozarlo, olvidarlo, plagiarlo, y también, en un momento dado, tirar el libro en cualquier rincón. Toda lectura es un acto anarquista. Pero la interpretación, y muy especialmente aquella que pretende ser la única correcta, se ha propuesto yugular ese acto2 . Posiciones como las anteriormente mencionadas, habría que decirlo, suenan atrayentes, y hasta razonables, cuando la lectura se ejerce por fuera de marcos institucionales. Por fuera, por ejemplo de ámbitos que, como el escolar, históricamente ha hecho de la práctica de la lectura una obligación, un deber debidamente reglamentado pues en él suele estar definido qué, cuando, cómo por y para qué se lee. Y como rara vez el placer coincide con el deber, ya es un viejo lugar común decir que la escuela enseña a leer pero no enseña el placer de la lectura... para, a continuación, seguir con la inevitable condena de los maestros, culpables de convertir la lectura en aburrimiento. Ello a pesar de que, como anota Piedad Bonnet3 en un artículo con este significativo título De la literatura por deber y otras aberraciones, cuantas veces no hemos oído o leído «…a famosos escritores o a inmortales poetas decir que no habrían sido jamás lo que son sin la concurrencia de su sabio maestro, de ese adorado profesor que les enseñó a amar a Dante, a James o a Kafka. ¿Pero qué decir de las multitudes que tendrían que confesar su odio a los libros por culpa del maestro psico-rígido, del retaliador, del poco imaginativo, del perezoso, del que jamás había leído él mismo un libro!»4 No tiene por qué extrañar entonces que, en el marco de investigaciones realizadas en ámbitos académicos colombianos sobre los hábitos de lectura de los jóvenes escolares, se pregunte acerca de las lecturas que ellos hacen por iniciativa personal, dando por sentado que las otras, las que se llevan a cabo por exigencias de tipo escolar, las que se realizan en el marco del proceso formativo no se relacionan con sus gustos, sus deseos o sus intereses más personales. No sabemos, cuando estos jóvenes leen por iniciativa propia, qué y cómo lo hacen. ¿Qué temas? ¿Qué autores? ¿Qué géneros? ¿Qué formatos son los que capturan su interés? No sabemos que es lo que causa su placer. O sobre qué quieren informarse. Tampoco si leen contra los valores y modos de leer aprendidos en su tránsito por la escuela, impugnándolos, resistiéndolos o simplemente ignorando lo que en su condición de estudiantes es norma obligatoria. O si por el contrario, cuando leen según el ritmo de sus gustos, lo hacen repitiendo pasos, esquemas y procedimientos escolarmente aprendidos. Lo que específicamente leen por iniciativa propia, así como los procedimientos que emplean; lo que queda en sus recuerdos, con lo que se identifican o rechazan, así como los autores o las estéticas que prefieren o que más impresionan su inteligencia o su sensibilidad, aún son componentes inasibles de sus prácticas lectoras. Quizá, lo único que podemos aventurar es que cuando llevan a cabo tal práctica, sobre las que no tienen que rendirle cuenta más que a quienes su deseo escoge, quizá se desempeñen como el cazador furtivo de de Certau. O como, etimológicamente hablando, el lector anarquista de Enzensberger. ¿Cómo saberlo con alguna certeza? ¿Cómo establecer relaciones entre lo que se lee por obligación y lo que se hace por placer o entretenimiento? Los actuales adalides de la historia cultural de la lectura, como Roger Chartier, creen que desde este campo disciplinar es posible proponer métodos de trabajo para enfrentar tan complejas cuestiones. En lo que sigue pretendo sintetizar sus conceptualizaciones y apuestas metodológicas. 12 Las prácticas lectoras. Los problemas que interesan desde una perspectiva históricocultural. Las investigaciones sobre los saberes corrientes, referidas por tanto no a lo que se aprende gracias a la lectura sistemática y crítica de libros especializados en los campos del saber que las disciplinas estudiadas en las universidades reconocen y trabajan sino a la experiencia práctica de las personas, muestran que la sola audición o lectura de una palabra tan común como restaurante puede activar en quien la oye o lee, y tiene una cierta experiencia o conocimiento práctico de esta clase de sitios, asociaciones pertenecientes a un amplio campo semántico constituido por términos comunes, obvios, convencionales directamente relacionados con tal ámbito social urbano: comida, menú, pedido, mesero, etc. Pero, aunque no sea lo más habitual, igualmente es dable esperar, en algunos casos, asociaciones eruditas, ingeniosas, extrañas o arbitrarias, tal como las exaltadas por la poética surrealista – cuando se refiere a ese tipo de construcciones metafórica elaborada según la poética de la aproximación insólita- o las oídas en la escucha psicoanalítica. Lo que se piensa, se siente o se hace en relación a un término común, oído en una conversación entre amigos o parientes, en una emisión radiofónica o leído en un impreso cualquiera es una concreta manifestación de los habitus (en el sentido elaborado por P. Bourdieu) que han configurado la subjetividad, la sensibilidad, en suma, las prácticas lingüísticas y culturales de los sujetos sociales. También se acepta que las palabras oídas/leídas/ pensadas remiten a esquemas de acción pertinentes a la situación social, cultural e histórica, a aquellas actuaciones que las condiciones materiales de existencia (y los habitus que ellas han propiciado) hacen posible, deseable o tan siquiera pensables. En el caso de alguien al que su nivel social ha acostumbrado a ver como natural la frecuentación de restaurantes, «el comer fuera de casa», serían, por ejemplo, las acciones nombrables con expresiones como reservar, leer el menú, pedir, comer, pagar, etc.; o las asociadas a temporalidades, a eventos personales, a rituales sociales o particularidades culturalmente significativas en su mundo (sábado al mediodía o por la noche, encuentro con amigos o colegas, lugar de comidas especiales, internacionales o «típicas», etc.) y a sensaciones, emociones o recuerdos -agradables, molestos, perturbadores- (hambre, olores, música insoportable, aburrimiento por la espera, gusto o insatisfacción por consumos o gastos en el lugar, etc). No está por demás aclarar que, en sentido estricto, la activación de significaciones, de la clase que sean, no se produce única y exclusivamente cuando la palabra en cuestión está asociada con experiencias directamente vividas por quien la oye o lee. También lo conocido a través de las representaciones icónicas vistas (en la TV, el cine, Internet, pinturas y fotografías en museos y libros, etc), leídas (en libros, periódicos o revistas) u oídas en la radio o en relatos de otros, en la medida en que han hecho o son parte integral de las condiciones de vida, pueden cumplir el mismo cometido. Habría incluso que decir que, en las sociedades urbanas contemporáneas, sociedades en las que los medios de comunicación son instituciones históricamente muy consolidadas, la cantidad de conocimientos que no son producto de la experiencia real y directa sino de la experiencia mediada constituye un porcentaje cada vez más significativamente alto. Antes de la invención del cine, la radio y la TV, en los tiempos del predominio de la imprenta, y especialmente a partir de su consolidación como industria editorial impulsora de la masiva publicación de libros, periódicos, revistas y de otras clases de impresos de amplio consumo, así como de la implantación de la escuela gratuita y obligatoria asociada al proyecto político del estado democrático, la necesidad de informarse sobre el día a día y adquirir lo que suele nombrarse como cultura general se asoció al ejercicio de la lectura asidua, y en algunos casos cuidadosa y crítica. Saber leer, y hacerlo con relativa frecuencia, en el ámbito urbano de los pasados siglos se convirtió en una especie de obligación o deber social. Entonces se le reconocía a la lectura, además de su valor como entretenimiento, el de ser útil en la adquisición de un conocimiento del mundo y en la formación de un criterio propio sobre los asuntos importantes de la vida colectiva y de cada quien. La condición y el ejercicio de una ciudadanía plena estaba asociado al de ser un sujeto lector. No de manera hegemónica, por 13 supuesto, pero si como un ideal asociado al ejercicio de la democracia. Hoy, perdida la por algunos llamada centralidad del libro, sus anteriores funciones, aunque quizá más especialmente las de entretenerse, informarse sobre la actualidad, socializar son cumplidas por la TV e Internet, mucho más que por la experiencia lectora. No obstante, por contradictorio que pueda parecer, todavía es común encontrarse con intelectuales que aun siguen pensando que lo que se lee es el principal, sino el único, activador de redes semánticas, vínculos cognitivos, esquemas de acciones y relaciones de sociabilidad; que el libro, como ningún otro agente cultural, actualiza emociones y recuerdos; promueve imaginaciones, fantasía, deseos y encuentros. Que lo leído (sobre todo en los libros de literatura legítima) aún es el principal agente a la hora de establecer vínculos con experiencias pasadas, deseadas o soñadas; con recuerdos de cosas vistas u oídas; de reactivar nostalgias, sentimientos de pérdida, frustración, rabia o felicidad. Que lo leído afecta, significativamente, los procesos relacionados con la cognición, con lo imaginario y con la sensibilidad. Que anima las relaciones del individuo con si mismo y con los otros; con la sociedad y con la historia (pasada y presente). Nada como el libro para hacer pensar; para reflexionar; para soñar; para sentir, para recordar. Pero, en la actualidad, cuando tantos estudios hablan de la crisis de la lectura; del cambio experimentado por el estatus del libro, ¿puede aceptarse sin más tales aseveraciones? O dicho de otro modo, ¿no tendríamos que preguntarnos por las condiciones de posibilidad necesarias para que la lectura produzca semejantes manifestaciones? ¿Qué tipo de autores y textos? ¿Leídos en que condiciones? ¿Por parte de qué clase de lectores o comunidades de interpretes? Esto es, ¿lectores, cultural y socialmente configurados en relación a qué tipo de habitus respecto de la lectura y, en general, respecto de qué otras formas de consumo cultural es posible que se de ese tipo de procesos psico-sociales? Para los diversas instituciones, autoridades y sujetos comprometidos con la enseñanza de la lectura, con la promoción de su valor, necesidad o utilidad social la pluralidad de ocurrencias y de conexiones que las personas –potencialmentepodrían generar a partir de ciertas lecturas parece que, en principio resulta problemática y, hasta podría decirse, un poco peligrosa. Ello, más que sugerir, parece exigir la necesidad de establecer controles, normas, censuras acerca de qué y cómo leer... Así, limitándonos a la mención de un caso por muchas razones verdaderamente ejemplar, en el ámbito escolar la práctica lectora que se enseña, promueve y autoriza se fundamenta en un ordenamiento cultural y social, esto es, en un canon, que define qué leer y establece diferencia entre los vínculos aceptables o legítimos, y los que deben ser repudiados, sancionados, o prohibidos (calificados con una mala nota) Según A. M. Chartier y J. Hébrard,5 la lectura académica tradicional ha procurado imponer los vínculos autorizados -los considerados como correctos, los constitutivos de la verdadera cultura- al estigmatizar o, por lo menos dejar en las sombras, silenciar los otros vínculos igualmente establecidos por el lector estudiante entre su lectura, su subjetividad y su experiencia práctica social e intelectual. Sugieren que aunque no se puede desconocer la productividad intelectual, cultural, social del l 14 Jean Paul Sastre Como la mayoría de mis parientes habían sido soldados (…) y yo sabía que nunca lo sería, desde muy joven me avergonzó ser una persona destinada a los libros y no a la vida de acción. Jorge Luís Borges La historia cultural de la lectura, como disciplina contemporánea, quisiera llegar hasta esos vínculos ocultos de que hablan M. de Certau, Chartier y Bourdieu; desentrañar, describir lo que el lector hace y pone en su lectura, incluso cuando no tiene que rendir cuentas a nadie, como no sea a sí mismo. Pero reconoce que ésta es una práctica difusa, diseminada en infinidad de pequeños actos singulares que, por lo mismo, pocas veces se deja rastrear y documentar como el historiador quisiera. Salvo en escritos de diversos agentes del campo educativo, memorias o autobiografías de lectores-escritores o en ficciones literarias de otras épocas, -Don Quijote, Madame Bovary, Bouvard y Pecuchet- en las que las representaciones de personajes lectores eran más comunes8 , la lectura (especialmente de los lectores anónimos y humildes del pasado) bien puede ser una práctica sin discurso. Tal dificultad exige preguntarse acerca de las condiciones de posibilidad de una historia de la lectura que no se limite a la historia de lectores excepcionales que, como Sartre, Borges o tantos intelectuales de los pasados siglos, dejaron testimonios escritos de sus prácticas lectoras. El conocimiento acumulado sobre la lectura en otras épocas, así como el referido a las estrategias y herramientas que la historia cultural ha ido construyendo en su intento de dar cuenta de la pluralidad de lecturas y lectores del pasado hoy constituye un antecedente que no se puede ignorar a la hora de investigar las prácticas lectoras de la contemporaneidad. Aporta perspectivas teóricas y métodos de trabajo sometidos a prueba en el marco de una tradición investigativa consolidada. Puede, por lo tanto, constituirse en una ayuda significativa a la hora de intentar comprender el impacto de las actuales condiciones sociales, culturales y tecnológicas de vida en las prácticas lectoras. Refiriéndose a los desafíos que la textualidad digital le plantea a la historia cultural de escritos y lecturas, Chartier ha recalcado lo urgente y complejo de las tareas por realizar: La tarea es seguramente urgente hoy, en un tiempo donde las prácticas de lo escrito se hallan profundamente transformadas. Las canon escolar de lectura, deberíamos preguntarnos por las restricciones, las represiones, el régimen de censuras, controles y descalificaciones que su imposición autoriza. También, se podría añadir, habría que atender a la contradicción que significa aceptar el carácter plural de la lectura y, simultáneamente, pretender imponer un modo de practicarla como el único verdadero o legítimo. Para la historia cultural de la lectura escolar, un enfoque investigativo apoyado en la consideración de ésta como una práctica, en el sentido etnosociológico del término, el encuentro entre «el mundo del lector» y «el mundo del texto» del que habla P. Ricoeur es más complejo, diverso y singular de lo que la institución educativa autoriza verbalizar. Y lo es, precisamente, por los vínculos ocultos que el estudiante, semejante al lector furtivo de Michel de Certau, «anuda sin que se enteren los guardianes de la institución». 6 En este orden de ideas acerca de lo que el lector hace o le está permitido hacer cuando lee, en como ello entra en compleja articulación con su trayectoria biográfica (en tanto historia social y cultural) y con el marco institucional en que realiza su lectura, el sociólogo Pierre Bourdieu, en charla con R. Chartier, recordando lo dicho por Max Weber sobre Lutero, lector de la Biblia, (dijo que «la leyó con las gafas de toda su actitud») anota que para él (Bourdieu) esto quiere decir que la «leyó con todo su cuerpo, con todo lo que era (…) y que lo que leyó en esa lectura total era él mismo.» En términos de las teorizaciones hechas por Bourdieu sobre las prácticas, y los agentes que las llevan a cabo, eso significa leer desde el habitus7 . Empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros. 15 también se los interroga como objetos impresos, y no sólo como textos, se convierten en fuentes de variada información histórica y social sobre las prácticas lectoras. Contienen indicios sobre: • la idea que el autor tiene de si mismo y de su relación con los lectores • el uso social para el que fueron hechos («¿para ser leídos como una instrucción, es decir como un escrito destinado a comunicar una manera de hacer, una manera de obrar»? o ¿para serlo como un directorio telefónico, un diccionario o una enciclopedia?, esto es, como un escrito (sin autoría individual) destinado a ser leído de manera discontinua, consultado sobre un problema de información específico, por ejemplo, un número telefónico, el significado de una palabra); • la clase de lectores a la que están destinados (lectores que son pensados o no como alter ego del autor, sea cual sea su condición o tipo; con tales o cuáles gustos o preferencias en materia de temas, lenguajes, formatos, etc.). • Y, finalmente, un punto al que le conceden particular importancia: los dispositivos y estrategias mediante los cuales se quiere orientar, controlar o inducir un modo de leer. A todo lo anotado por ellos yo creo que debería añadirse los dispositivos orientados a destacar la autoría, la legitimidad y/o la celebridad de quien escribe mediante la inclusión de discursos e imágenes que proporcionen a los lectores una representación del autor y de su valor intelectual; dispositivos que lo hagan socialmente reconocible como tal (foto en la carátula, en contracarátula o en solapa acompañada de datos biográficos, bibliografía, distinciones recibidas, elogios, etc.). Que tal proceso de inducción de un modo de leer logre su cometido depende tanto de la real presencia de señales o marcas específicas en el libro11 como de la afinidad existente entre el habitus del lector real y la idea de lector desde la que se construyó el libro como totalidad. Las marcas que operan como indicios de una voluntad de inducir un modo de lectura, y no otro, son signos gráficos de diversa clase. Pueden estar en el contenido del escrito, colocadas allí por su autor o por su sugerencia (dispositivos internos, tipográficos o textuales), mutaciones de nuestro presente modifican todo a la vez, los soportes de la escritura, la técnica de su reproducción y diseminación, y las maneras de leer. Tal simultaneidad resulta inédita en la historia de la humanidad.9 Condiciones de posibilidad de la historia cultural de la lectura Cuando en el transcurso de la conversación entre Bourdieu y Chartier se toca el problema de las condiciones de posibilidad de la historia de la lectura en tiempos pasados, el segundo anota que existen varias vías: «Una es la que (…) ha seguido Robert Darnton, ya ensayada por Carlo Ginzburg, y es la de tratar de atrapar lo que un lector nos dice sobre sus lecturas. El problema que se plantea aquí es que este tipo de testimonios se inscribe en una situación particular de comunicación: o bien la confesión arrancada por la fuerza, en el caso de los lectores a los que se obliga a decir cuáles han sido sus lecturas, porque ellas parecen inadecuadas desde el punto de vista de la fe, como se decía en el siglo XV; o bien la voluntad de construir una identidad y una historia personales a partir de los recuerdos de lectura. Esta es una vía posible pero difícil, en la medida en que esos textos son históricamente poco numerosos. Otra vía es la de intentar volver a interrogar los propios «objetos» leídos, en todas sus estructuras, interrogando de una parte los protocolos de lectura inscritos en los propios textos, y de otra parte interrogando los dispositivos de impresión (utilizados) (…). Entre estos dispositivos hay algunos generales para un período dado. Un libro de 1530 no se presenta como uno de 1830 y hay ahí evoluciones globales que cubren toda la producción impresa, en sus reglas y desplazamientos. Pero es seguro (…) que esas evoluciones se expresan también en los cambios respecto del público imaginado, y aún más en el tipo de lectura que se quiere imponer. 10 A lo ya dicho habría que añadir que también se ha utilizado la vía constituida por el análisis histórico de los discursos y las representaciones de la lectura asociadas a instituciones educativas, políticas, artísticas, religiosas o profesionales cuyas normas e idearios son conocidas. Dispositivos grafico-textuales para inducir modos de leer Bourdieu y Chartier están de acuerdo en que los escritos, no importa de qué clase sean, cuando 16 como ser resultado de la puesta en impreso, esto es, del trabajo de diseño, composición y edición. Como ilustración del primer caso se menciona que el tamaño de los párrafos puede indicar la idea que el autor tiene del público al que imaginariamente se dirige: un texto de párrafos largos (lo que en la jerga mediática y escolar suele clasificarse como ladrilludo) se construye pensando en un público con un nivel de competencia lectora mayor que el esperado en los lectores de un escrito en el que el contenido se presenta ampliamente fragmentado, diseminado en una serie de pequeños párrafos (procedimiento hoy tan habitual en los artículos periodísticos). Otro ejemplo de esta primera modalidad de intervención es el relativo a la significación del grafismo. El uso de letras en itálica, cursiva o negrita y de otros dispositivos gráficos como el tamaño de los caracteres, los subrayados, etc. constituyen, entre otros muchos, dispositivos cuya función es precisamente llamar la atención, resaltar o enfatizar lo que se dice mediante su uso. Los lectores de larga e intensa familiaridad con la práctica de la lectura en libros y periódicos saben que deben poner atención a ellos, así como al uso de mayúsculas, a los títulos, subtítulos, a lo puesto en recuadros, etc.; en suma, a todos los recursos gráficos y verbales usados por el autor y/o el editor del texto para resaltar lo que consideran es lo más importante, lo que no debe pasarse por alto. Lo que es clave para la comprensión del texto según la perspectiva del autor (y/o de los que promueven la publicación de su escrito) ¿Cómo es que una clase de lectores sabe que debe atender a estos signos gráficos? ¿Cómo es que conocen el código que rige la interpretación de los mismos? ¿Por qué otros lectores no los tienen en cuenta? ¿Es por ignorancia? ¿Es un gesto de resistencia al canon instituido? Según Chartier y Bourdieu, lo saben porque lo han aprendido desde su infancia, con sus padres, en la escuela; alguien se los ha enseñado formalmente o lo han comprendido viendo a otros hacerlo. Para los autores citados, leer así es producto de un proceso de aprendizaje que se ha practicado tanto que ha terminado por convertirse en un acto involuntario, producto de una especie de inconsciente cultural. No tienen que recordarse a sí mismos hacerlo cada vez que se enfrentan a un libro porque leen desde un habitus en el que ello ya está previsto. Para los lectores cuya educación familiar y/o escolar no posibilitó tal práctica de la lectura, una editorial española12 diseñó un proyecto editorial constituido por una serie de libros dedicados a reflexionar sobre temas de actualidad en el que estaba previsto que lectores anónimos leerían, subrayarían y anotarían los textos que integrarían la colección, destacando y valorando lo que considerasen más significativo en cada uno de los textos que integrarían la colección antes de su publicación como libro. Luego se hizo una edición facsimilar de cada texto con las señas o marcas que la lectura anónima dejo sobre la superficie textual. El libro que llegó a los lectores reales, comprado en una librería como libro nuevo esto es, como objeto de primera mano, a primera vista tiene la apariencia gráfica de un libro de segunda que otro, antes que el comprador particular, leyó, subrayó, anotó y valoró. Como se aprecia en las ilustraciones mostradas a continuación, la guía de la editorial incluía el sistema de convenciones gráficas que para expresar sus opiniones sobre lo leído usó el lector (o los lectores) contratado por la editorial para leer el texto y actuar, en el espacio del libro como una especie de virtual 17 maestro de lectura e interpretación de textos escritos, guiando de ese modo a los esperados lectores precarios que el libro tuviese.13 No creo que exista ejemplo más acabado de la idea que una empresa editorial puede tener de la precariedad en que un sector de sus públicos lectores se encuentra para leer a fondo un texto, aunque sepa descifrar los signos verbales y del modo como comercialmente puede sacarle partido a tales limitaciones culturales. También es de destacar que lo expuesto acerca de lo que debe hacerse cuando se lee es una postura plenamente convergente con las disposiciones del canon de lectura escolar. Ilustra, de forma por demás extrema, el punto sobre la existencia de los dispositivos textuales y gráficos contenidos en los objetos impresos con el fin de orientar un modo de leer, a los que hacían referencia Bourdieu y Chartier. Que el proyecto editorial de marras sea del año 2000 pone de presente hasta que punto los discursos y las discusiones públicas acerca de la llamada por algunos estudiosos crisis del canon ilustrado de lectura, han calado en el sector editorial (y no sólo en el español, si tenemos en cuenta lo mencionado en la nota 13 sobre cómo en el periódico El País de Cali los textos, especial aunque no exclusivamente de la página editorial, aparecen con partes resaltadas en amarillo), sector que junto con el educativo quizá constituyen hoy los más decididos abanderados de la cruzada por la lectura. Que la Feria del libro del Pacífico se realice desde hace varios años en los predios de la Universidad del Valle, convirtiendo a la principal institución universitaria del occidente colombiano en la sede permanente del evento es un dato más de la actual convergencia de intereses entre el mercado librero y la institución escolar en cuanto a promoción pública de la lectura. Otros dispositivos, de corte gráfico-textual cuya función es sugerir o inducir un modo de lectura, destacando ciertos aspectos de un texto y dejando en la sombra otros, lo constituyen las fajillas exaltatorias, las notas de contracarátula, o de solapa, la Introducción o Presentación (nombradas como Prefacios, Prólogos, 18 Advertencia al lector, etc.) y, en general, esos textos que acompañan al texto central; que mediante diversos dispositivos se distinguen materialmente del mismo en el libro impreso, que cumplen funciones publicitarias, informativas y, sobre todo, inductoras de un modo de leer y valorar el texto propiamente dicho. Todos los elementos de composición y acompañamiento gráfico-textual, tanto los escritos complementarios que G. Genette llamó paratextos, como los complementos icónicos (fotografías, dibujos y resaltes cromáticos principalmente). En defensa de los paratextos -y especialmente de los clasificables en la categoría de solapas, de su necesidad y poder de seducción en el mundo de los lectores de hoy, el profesor mejicano Vicente Quirarte escribió: El peor insulto que cree hacerse al crítico es calificarlo de solapero. Tal adjetivo argumenta que el crítico se limita –o así lo parece- a leer el texto que el libro en cuestión ostenta en la solapa o en la contracubierta. Sin embargo, así como hay libros cuya lectura debía terminar en el título o en el comentario, existen solapas que cumplen una función primordial: más que ser el viaje destructor temido por Villiers de l’Isle Adam, son la invitación al viaje que, como antídoto, descubrió Baudelaire. Cuantos no hemos comprado un título que ya teníamos en otra edición, sólo porque nos seducen las imágenes de un Daniel Gil, un Vicente Rojo, un Rafael López Castro, un Bernardo Recamier, un Alberto Blanco, y tal seducción nos obliga a no dejar de mira, y finalmente poseer, ese postexto plástico. (…) En las sociedades competitivas como la nuestra, la mayor parte de los lectores hemos olvidado el gozo que significa enfrentarse al libro sin precisar de la solapa como escudero para su primera salida. Precisamente por eso, el libro que la lleva debe exigirle a su autor que tenga en cuenta que practica un género riguroso y exigente. La buena solapa debe ser un homenaje a Thomas de Quincey, Julio Torri o el Augusto Monterroso de La palabra mágica. Dicho de otro modo, el solapero debe ser conciente de que en el breve espacio del cual dispone, debe desarrollar un texto imaginativo, seductor, original y respetuoso del objeto que le sirve de pretexto. (…) (…) Por último, si la solapa quiere cumplir debidamente su objetivo, ha de ser anónima (…) confiada en el poder de las palabras. Sólo de esta manera el lector sentirá que posee la escritura, que la goza en sus deslumbramientos, e intuiciones, y que no se impone el prestigio de los nombres. (…)14 Creo que no sobra añadir que las intervenciones orientadas a promover, guiar o controlar la lectura hoy no se limitan a las que están contenidas en el texto mismo o en los paratextos integrados al libro que lo contiene como documento principal o central: También comprende las reseñas públicas en los periódicos, la TV o en Internet, a cargo de críticos, estudiosos, periodistas o discípulos. Muchas veces el mismo autor, de común acuerdo con la editorial responsable de la publicación de su obra, colabora en la promoción e inducción de la lectura. Todo ello puede observarse en el caso mencionado a continuación. Estrategias mediáticas y comerciales ligadas a la promoción, venta y lectura de los libros Las empresas editoriales de prestigio y cobertura internacional que tienen entre sus proyectos editoriales líneas dedicadas exclusivamente a la publicación de material biográfico referido a «celebridades de todos los tiempos» o figuras de actualidad o que gozan momentáneamente de cierto renombre por su conexión con hechos de importancia colectiva, cuando se aprestan a sacar un nuevo producto al mercado suelen invertir en costosas campañas publicitarias cuyo objetivo es tanto promover la compra del libro en cuestión como su lectura desde un determinado ángulo o enfoque interpretativo. En el despliegue realizado, informativo y propagandístico, es bien difícil deslindar fronteras entre lo uno y lo otro: en estos casos, géneros tradicionalmente del registro de la información y la opinión periodística como la entrevista, la reseña presuntamente crítica o el artículo de opinión se vuelven «fronterizos» entre promoción, información y opinión. Por otra parte, el dispositivo armado para promover la adecuada visibilización, aprobación, venta y lectura del producto apela a ciertos ritualismos, a cierta incitación a la devoción intimista o al fetichismo orientados a darle un «toque singular» a un producto que también hay que procurar se venda 19 bien en el competido mercado de bienes culturales impresos. El dispositivo informativo-publicitario comprende actividades tales como la oportuna realización de entrevistas por radio, prensa o televisión, en espacios y con periodistas prestigiosos (o por lo menos populares) al (auto)biógrafo, (o al prologuista, al editor o incluso a personas en algún sentido conectadas con el biografiado, su trayectoria, sus vicisitudes o conflictos); la publicación, en secciones o impresos periódicos más o menos especializados, de aproximaciones críticas o reseñas, con frecuencia a cargo de especialistas en este tipo de escrituras o por lo menos conocedoras de la vida y milagros del sujeto referente de la obra en cuestión; aún cuando no se utilice el recurso de los lectores especializados, también suele acudirse al expediente de procurar la publicación de fragmentos de la obra «en exclusiva»15, en alguna revista, suplemento o periódico con buena posición en el campo de la información general. Y, aunque no en muy practicado en Colombia, como no sea en el marco de Ferias del libro como las que anualmente se celebran en Bogotá y con menor importancia, en otras ciudades del país, programar la presencia del autor en las librerías o en su stand de feria para cumplir con el ritual de firmar y dedicar el libro a los compradores que lo deseen. Un caso muy ilustrativo de lo arriba anotado se pudo observar con relación a la publicación, en formato libro y por la editorial Planeta, del diario de Leszli Kalli. Esta joven, en la época de autos tenía 19 años, hizo parte del grupo de pasajeros del avión de Avianca que el 12 de abril de 1999 fue secuestrado por un comando del Ejército de Liberación Nacional; su liberación se produjo después de 373 días de reclusión. De todos los secuestrados liberados, ella fue la única que logró la autorización del ELN para llevar consigo el diario que día a día escribió mientras duró su cautiverio. Obviamente, la autorización para salir con el diario se hizo después que sus captores leyeron el escrito y censuraron (tacharon) lo que consideraron inconveniente. Sin embargo, en la edición de Planeta, la autora dio a entender que como ella sabía lo que los censores habían suprimido estaba, aparentemente, en condiciones de reescribirlos sin mayores problemas, reconstruyendo así la integridad del original. En un país como Colombia, en el que es frecuente oír las quejas de escritores e intelectuales en torno a las dificultades para editar sus escritos resulta verdaderamente sorprendente la rapidez con que esta joven logró publicar su diario por parte de una editorial transnacional como el grupo Planeta. Para precisar la novedad de lo ocurrido con el escrito de la, hasta entonces, anónima joven santandereana, quizás se necesario recordar, así sea de modo muy sucinto, lo sucedido a partir de su liberación. No obstante la obligada y permanente actualidad del tema del secuestro en Colombia, de las presumibles ganas de contar lo vivido que deben experimentar los liberados, muchos de los cuales escriben durante el cautiverio, salvo lo hecho por García Márquez hace algún tiempo, en la Colombia del 2000 no se había oído de ningún proyecto editorial, en el área de los medios impresos periodísticos o no, orientado a una exposición quizás más elaborada que la permitida por las coyunturales entrevistas, televisivas o radiofónicas, sobre las experiencias actuales de secuestro, contadas por las mismas víctimas. como sí se observa ahora con la proliferación de testimonios de secuestrados liberados o escapados como Luís Eladio Pérez, Frank Pinchao, Araujo, amen del anunciado con autoría de Clara Rojas y la considerada por muchos joya de la corona, el esperado libro de Ingrid Betancourt. Así que el libro de la joven Kalli fue – presumiblemente- el primero que utilizando la modalidad de escritura propia del diario personal contó, desde la perspectiva de una mujer joven de clase media urbana, el día a día de un secuestro por parte de un grupo guerrillero de izquierda. En un contexto como el nuestro, en el que con tanta frecuencia se oyen lamentos en torno al desapego de los jóvenes por la lectura y la escritura, puede parecer sorprendente que la joven santandereana se hubiese mantenido en la disciplina de la escritura de su diario durante todo el tiempo que duró el secuestro: casi un año, Hay la idea de que este tipo de escritos (el diario en papel, no en blogs en Internet) hoy constituye una práctica absolutamente marginal, cuasi extinguida, incluso entre los jóvenes estudiantes de colegios y escuelas de las ciudades, con los que habitualmente se relacionaba. También sorprende, quizá hasta más, que una vez liberada la joven Kalli dedicara un mes a corregirlo con el fin de hacerlo público... ya que en la Colombia de la época no era muy frecuente la publicación de ese tipo de escritos16 . Sin embargo, se sabe -por 20 propia confesión y porque también se dice en la nota de solapa que la presenta como autora- que cuando se puso en el empeño de llevar un diario con la memoria del día a día del secuestro tenía a su haber una experiencia consolidada, pues los ha escrito desde los 9 años. El domingo 30 de abril del 2000, a muy poco días de producirse la liberación de la joven, en una edición dominical del periódico El Tiempo, en una popular sección de publicada aún hoy y conocida como Teléfono Rosa, de tono que bien puede describirse como chismorreo light, se publicó una nota, breve como todas las que suelen salir en esa sección, en la que se comentaba que Leszli quería publicar un libro contando su experiencias como secuestrada durante un año. La nota también mencionaba que la madre de la joven aseguraba «...que si se revelaran (públicamente) los duros momentos que cuenta ese diario, se acabaría el secuestro en Colombia». Quizás lo más significativo, en una nota aparentemente muy intrascendente, fue la pregunta de cierre: «¿Qué editor se le mide?» Al poco tiempo la revista Semana anunció que la Editorial Planeta publicaría el diario de Leszli; aproximadamente un mes después, en la edición correspondiente a junio 5-12, la misma revista construyó su portada con una foto de la joven diarista, apoyada en el bastón que ya hacía parte de su identidad visual, (ornado de las marcas negras que, según parece, la joven usó como especie de personal código mnemotécnico) y con el Fokker de Avianca en segundo plano. El texto complementario destacaba que ella «...escribió todas las noches un diario sobre sus 373 días de cautiverio en poder del ELN. SEMANA publica los principales apartes.» En páginas interiores, en la sección DOCUMENTO, bajo el título Secuestrada, el mismo del libro próximo a salir (lo haría el 8 de junio), y cuya portada aparece reproducida en el ángulo inferior izquierdo de la misma página, la bajada o intertitulo nuevamente puso de presente el carácter autobiográfico de lo que el lector encontraría a continuación: «...escribió en primera persona el drama y el horror que vivió...», seguido de la acotación sobre el hecho, como sabemos altamente significativo en el mundo del periodismo, de que «SEMANA publica en exclusiva fragmentos de su diario». Y más adelante, en un recuadro colocado sobre la fotografía del avión de Avianca como fondo, se dice que Leszli, junto con otros 32 pasajeros, estuvo en cautiverio 373 días. En ese período escribió de su puño y letra un diario íntimo en el que plasmó los sufrimientos, angustias y temores de su secuestro: Esas vivencias están en cinco cuadernos que ahora se han convertido en un libro que la Editorial Planeta acaba de editar y que saldrá este jueves al mercado. Semana obtuvo en exclusiva apartes de ese desgarrador testimonio».17 La publicación de los fragmentos venía profusamente ilustrada con fotos de la autora en espacios, momentos y poses diversas. De tal conjunto sólo me referiré a aquellas que implican su reconocimiento como autora. Entre ellas una de las más significativas corresponde a una fotografía tomada a la joven en una habitación con aire de biblioteca, estudio o «despacho» (por las estanterías observables en segundo plano, repletas de libros), presumiblemente perteneciente a la casa de su familia. Ella aparece sentada ante una mesa o escritorio, muy bien puesta (bien peinada, maquillada, anillos en cada mano, aretes, reloj, etc.); no mira a la cámara, pues aparentemente está muy concentrada (con el bolígrafo en la boca, ojos y manos puestos en los papeles) en la revisión de los apuntes del diario íntimo consignados, como ya se dijo, en cinco cuadernos. Esta tarea, según informa la nota que acompaña la foto, le llevó un mes, esto es, aproximadamente el mismo tiempo transcurrido entre la publicación de la nota en la sección Teléfono Rosa del Tiempo y el anuncio de SEMANA... «Cruzando» lo dicho en el pie de foto con lo representado en esta, un detalle aparentemente anodino llama la atención: contrario a lo que parece sugerir la mencionada nota, en la foto es claramente perceptible que la joven no está trabajando en uno de sus cuadernos sino en su fotocopia. ¿Por qué lo hace? Una respuesta obvia podría ser: porque no quiere estropear su propio manuscrito. Otra, porque resulta más fácil. No se arriesga demasiado al suponer que lo hace tanto por razones más o menos pragmáticas (facilitarse la tarea de corregir) como por la conciencia del valor de sus manuscritos.18 Precisamente, ahora que va a ser objeto de reproducción masiva es que el diario, en su versión manuscrita, esto es en su condición de original único, se constituye públicamente (y no sólo para su autora y allegados) en un objeto reliquia. No sería extraño que terminara en el 21 Museo Nacional, si tenemos en cuenta que una de sus pasadas directoras, cuando aún estaba vivo, alguna vez sugirió que la toalla con la que Tirofijo solía aparecer en sus escasas apariciones públicas, hasta el punto de ya ser parte de su identidad visual, debía donarla a dicha institución… La revista SEMANA también incluyó, como parte de la ilustración de los fragmentos de diario publicados, dos fotos de (presumiblemente) uno de los cuadernos; una lo muestra cerrado, para hacer visible la portada con datos como el nombre de la autora (Leszli Kalli), la clase o condición del manuscrito (diario), el año y el lugar de escritura (1999, montañas de Colombia) todo ello escrito con lo que parece ser tinta negra, dada la nitidez del trazo, sobre un fondo de montañas azules, muy picudas, extrañas, como de otro mundo, más bien imaginario. En la otra, el mismo cuaderno (u otro) aparece abierto, mostrando dos páginas, una densamente cubierta por la escritura manuscrita en azul; enfrente, en claro contraste con esta, la otra página presenta un dibujo (de corte más bien abstracto) ubicado en la parte central, ocupando la mayor parte de la página, aunque dejando espacios simétricos, por ubicación y dimensión, arriba y abajo, para ser ocupado por texto manuscrito, a modo de marco cuasi circundante. A simple vista se observa que quien ha trabajado en estas páginas tiene un sentido estético de la composición y una clara comprensión del valor del papel como soporte de sus escritos y dibujos, máxime en las condiciones en que se encuentra en el momento en que los realiza; lo cual no es de extrañar en alguien que, como ya se dijo, «lleva diarios personales desde los nueve años». Para los lectores de materiales biográficos, especialmente para los muy familiarizados con las publicaciones actuales y sobre todo en formato libro, de materiales (auto) biográficos de artistas plásticos y escritores consagrados, no es sorpresa encontrarse con este tipo de ilustración: reproducciones fotográficas de pinturas, bocetos, dibujos, escritos manuscritos (o a máquina, pero con tachones hechos a mano por el mismo biografiado) y de portadas de los libros impresos del mismo. Tales ilustraciones van camino de constituirse en una tradición estética, si es que no lo es ya; dan testimonio del artista o del escritor en su condición de practicante reconocido de los tradicionales oficios de escribir o pintar. Es muy común, cuando se trata de manuscritos, que en tal reproducción literalmente no se pueda leer nada; ello porque más que texto destinado a la lectura funciona como trazo pictórico, como imagen que, ante todo, pone de presente un viejo y obvio imaginario sobre la escritura: ella, como la pintura o el dibujo, es también una práctica corporal, realizada a mano por un sujeto específico, y al que, como quien dice, está orgánicamente ligada; hace parte no sólo de la mente, de la subjetividad del que escribe; también de su cuerpo, como especie de extensión o emanación del trabajo cuidadoso de sus manos. Así, puede decirse que la reproducción fotográfica de la escritura manuscrita de un escritor está allí a modo de testimonio fehaciente de su condición de autor «auténtico». Por eso no es casual el que, comúnmente, este tipo de ilustraciones entren en una relación de complementariedad (y de contraste) con aquellas otras (más «modernas») en las que se reproducen las portadas de los libros publicados; otra forma de reiterar, con base en otro imaginario, la condición de sujeto socialmente reconocido como escritor/autor. Y es por este ligue material con el sujeto que escribe y es reconocido socialmente como autor, que sus manuscritos, aún en vida, pero más cuando ya está muerto, porque entonces se sabe que nunca más volverá a trazar esos signos, pueden llegar a valer tanto en el mercado de bienes culturales, o a singularizarse, convirtiéndose en objeto coleccionable, a veces económica y simbólicamente tan valiosos que su lugar sólo podría ser el museo especializado, como parte de un patrimonio cultural colectivamente valorado.No deja de ser paradójico aunque comprensible que, precisamente ahora que la escritura en computador prácticamente elimina la milenaria tradición del manuscrito (y del «borrador»), su valoración fetichista obtenga en el mercado los más altos rendimientos. PEQUEÑO MUSEO DE HISTORIA FETICHISTA (fragmento) En el segundo nivel del centro comercial Galleria de la ciudad de Dallas (...), se encuentra The American Museum of Historical Documents, donde, bajo la publicidad History for Sale, el consumidor puede adquirir autógrafos, fotografías, documentos, prendas de ropa de celebridades de todos los tiempos y lugares. Por cantidades que van más allá de la imaginación, es posible llevarse una fotografía firmada por Walt Whitman, una carta de Jack London, un beso de Marilyn Monroe en una servilleta, un sobre dirigido a Hemingway, rescatado de su refugio habanero en Finca Vigía; se ofrece también una humilde lista de víveres escrita por Paul Revere, cuando era un hombre más y no un adalid de la Independencia. Cada pieza está elegantemente enmarcada, certificada y lista para ingresar en los museos privados de la casa que cualquier mortal, ignorante pero acaudalado, puede poseer19 . 23 Carácter histórico –y estratégico- de los dispositivos de control de la lectura Bourdieu llama la atención acerca del carácter histórico de los dispositivos de control de la recepción por parte de los autores. Y arriesga una hipótesis sobre la posible conexión entre la proliferación de los signos orientadores de la lectura y el hecho de producir, no para un público pequeño de conocidos, sino para un vasto público de lectores anónimos que son también un mercado de compradores virtuales. Hipotéticamente podría también preguntarse si la ansiedad de la que habla tiene algo que ver con el grado de reconocimiento de que goce el autor, el tipo de impreso en que publica, el tipo de público lector al que se dirige (¿periódico de tiraje masivo? ¿Revista de información general o altamente especializada? ¿Libro en edición de bolsillo (barata) o de lujo?). «Sería muy interesante observar la aparición (histórica) de todos los signos visibles del esfuerzo por controlar la recepción: ¿estos signos no aumentan a medida que crece la ansiedad concerniente al público, es decir el sentimiento de que se tiene relación con un vasto mercado y ya no más con algunos lectores escogidos? (…)20 En principio, su hipótesis suena plausible, al menos en parte. Por un lado, es posible que la conciencia de escribir para públicos masivos de lectores haga que los autores intensifiquen el uso de dispositivos de control o inducción de la recepción deseada, precisamente por la conciencia, que también tienen, de que la masificación implica la posibilidad de una mayor pluralidad de lecturas y, en consecuencia, mayores riesgos de malentendidos, incomprensiones, tergiversaciones o interpretaciones indeseadas. Por otro, la hipótesis parece dependiente del presupuesto o la creencia acerca de que los autores desean o ansían ser comprendidos por sus lectores en sus propios términos, cuestión que habría que examinar con mayor detalle: ¿no será que más que ser comprendidos, lo que ansían es ser reconocidos? También habría que preguntarse, si tal conciencia debe ser planteada con respecto a todo tipo de productores de escritos de circulación pública y amplia o sólo para cierta clase. ¿Opera por igual para los científicos, los escritores productores de novelas y poemas, los periodistas, los políticos? ¿O para toda clase de autores modernos, independiente del grado de prestigio, reconocimiento o poder social del que ya gocen? Por otra parte, ¿no es contradictorio reconocer el carácter plural de la práctica lectora y, al mismo tiempo, actuar como sacerdotes defensores de la lectura legítima de un texto al parecer implícitamente considerado como sagrado? Los dispositivos de control de la lectura en relación al reconocimiento de la autoría En dominios ajenos a la escritura literaria todos esas intervenciones orientadas a imponer un modo de leer, una interpretación o una tesis considerada como las únicas correctas, etc., y muy especialmente las que claramente provienen o se reclaman como representativas del punto de vista del autor, resultan más o menos admisibles o legitimadas, entre otras instituciones, por la escolar. Sería ridículo reprochar a Marx, a Freud, al mismo Bourdieu o Chartier que en sus escritos hagan los énfasis que consideren necesarios para ser comprendidos según las convicciones y perspectivas teóricas que, como investigadores y autoridades en sus respectivos campos de trabajo, defienden; aún sabiendo como sabemos que ellos reconocen, como un hecho evidente, comprobable y hasta irritante, la pluralidad de lecturas a que está expuesto todo texto publicado, incluido los cientifistas. Una tradición lectora –ciertamente moderna- ha impuesto y en cierta forma considerado como legítima «que, como dice Michel Tournier, el lector de una obra de historia, un tratado de física o una tesis política debe ser todo receptividad, y pagar así su cuota de memoria, de inteligencia y, sobre todo, de docilidad». Ello sería parte esencial del proceso de formarse como lector crítico, como también del conocimiento y aprendizaje de un saber reconocido o socialmente legitimado: reconocer la superioridad intelectual del otro en tanto Autor con autoridad intelectual o cultural para decir lo que dice. Someterse, «voluntariamente», al poder del Maestro. No es que la posición crítica, el apunte imaginativo, la interpretación insólita le esté vedada por siempre. Pero antes de aceptársele dar tales muestras de independencia o libertad de pensamiento lo que se espera es que lea, con la atención debida, para comprender bien, a fondo y en sus propios términos, lo que el texto del autor/autoridad está planteando. Cuando sepa y realmente comprenda lo que el Otro en tanto Autor dice está autorizado a criticarlo, a impugnarlo… Ha adquirido la 24 competencia intelectual. Ya tiene el derecho de hacerlo. Pero en el dominio literario/novelesco lo que puede definirse como «intervenciones fuertes y autoritarias del autor», presentadas, por ejemplo, a través de un paratexto o de afirmaciones en entrevistas periodísticas o mediante ciertos enunciados del narrador o los parlamentos de algún personaje novelesco al que diversos indicios permiten considerar como representantes textuales de sus convicciones más queridas hoy, para muchos, son francamente insoportables. Y lo son aunque, justo es decirlo, no siempre fue así. Durante buena parte del pasado siglo, en Colombia, como quizá en la mayor parte de Latinoamérica y en muchos otros lugares de Occidente, otra tradición lectora, ampliamente compartida en los medios intelectuales y académicos de corte «progresista», justamente exaltaba la llamada «literatura de tesis», «con mensaje» o «comprometida». Los lectores formados en tal canon de lectura, muy relacionados con idearios inspirados en la izquierda o en derivas locales del marxismo y/o de la fenomenología sartreana (el intelectual comprometido) leían las obras de sus autores favoritos con la esperanza de encontrar en ellas manifestaciones explícitas de las convicciones políticas con las que se sentían plenamente identificados. Leían con la expectativa de que la autoridad del escritor confirmara la justeza de las ideologías defendidas por él y nosotros… Y de paso, proporcionara nuevos argumentos para defenderlas en el combate ideológico esto es, las discusiones a que estaban abocados o expuestos en la cotidianidad familiar, el trabajo, la vida universitaria, el grupo de estudio. Eran otros tiempos. Nadie pensaba que dar cartilla (actuar como maestro, en el doble sentido del término -enseñante y autoridadobviamente si era por parte de un autor reconocido como de los nuestros) fuera un acto de autoritarismo que coartara la libertad creadora del lector… El lector formado en una tradición de lectura en la que la figura del autor aún se considera importante21, cuando adquiere un libro, con la firme intención de leerlo para comprender el punto de vista expuesto por el autor sobre un problema específico que como lector le interesa conocer no suele ignorar los paratextos. Por lo menos les echa un vistazo. Lo anotado por V. Quirarte, más arriba citado, cuando habla de la importancia de una solapa bien hecha o de un atrayente diseño de carátula es muy ilustrativo del punto. Pero es evidente que, ni siquiera los lectores formados en esta tradición, en todos los casos se puede decir que siempre tienen en cuenta no digamos que las breves y anónimas notas de solapa o contracarátula, sino los extensos prólogos o notas de presentación a veces escrita por una persona de reconocida solvencia intelectual. ¿En qué casos puede sustentarse/aceptarse que el ignorarlos o no darles demasiada importancia es una opción concientemente elegida, no el producto de la ignorancia de los que ellos significan, como sí podría ser el caso de los lectores poco diestros, con escaso conocimiento de los procedimientos propios de la lectura atenta, analítica, crítica, a quienes es posible que esos signos le sean, en sentido estricto, insignificantes? Desde el punto de vista del análisis del objeto libro (y no exclusivamente de su contenido semántico textual) habría que tener en cuenta hasta esas intervenciones paratextuales, situadas en la periferia del texto, operadas en el proceso de edición y tradicionalmente ignoradas/despreciadas por la práctica académica de la lectura que, como se sabe, está exclusivamente centrada en lo que considera el texto central. Me estoy refiriendo a las constituidas por la inclusión de las llamadas notas de solapa o de contracarátula, notas que, en un sólo movimiento, informan sobre el contenido del libro, sugieren la lectura o interpretación más pertinente y hasta incluyen valoraciones precisas de críticos, de escritores o de periodistas a cargo de secciones especializadas en la reseña de libros, en periódicos de trayectoria reconocida en el campo. También el diseño de portada, la inclusión de fotografías del autor, de fajillas exaltatorias, el tipo de formato seleccionado, la inclusión de ilustraciones, etc. Nota de contracarátula del libro Autobiografía, de J. L. Borges La Autobiografía de Jorge Luís Borges, escrita originalmente en inglés con la colaboración de Norman Thomas di Giovanni, fue publicada por primera vez en 1970 en la revista The New Yorker. Concebida como una guía biográfica que acompaña y a la vez esclarece la evolución literaria de Borges desde la precoz erudición hasta su definitiva consagración universal, la obra obtuvo un éxito rotundo que le valió ser traducida de inmediato al portugués, el italiano, el alemán. Es por otra parte el texto más extenso que Borges haya escrito y cada una de 25 sus páginas irradia en el estilo aparentemente sencillo de sus última producción la inteligencia, el humor sutil y la perfección en el usos del lenguaje que lo distinguen: Los especialistas en la obra de Borges le han considerado una pieza fundamental para establecer cualquier tipo de interpretación crítica: En el año del centenario de su nacimiento, por primera vez se presenta en versión completa en español este «retrato intelectual y moral» que Jorge Luís Borges hizo de sus propia vida. También habría que considerar el papel de los medios –verbales y audiovisuales- que hablan de los libros y de sus autores en forma densa o liviana y de cuya información muchos dependen para ordenar su consumo de libros como de ese conjunto de saberes de circulación oral, tan poco asequibles a los historiadores. En resumen: La postura de historiadores de la lectura como Chartier es que con los libros y con el control de los modos de leer se aspira a instaurar un orden o a mantenerlo. Pero este, no obstante la multiplicidad de sus figuras y los dispositivos de poder con que cuentan autores, editores, maestros, autoridades, se restringe pero no se logra anular la libertad de los lectores. Esta libertad, aunque puede estar disminuida por el poder de los códigos y convenciones que rigen las practicas lectoras de una comunidad específica, (la escolar, religiosa o política, por ejemplo), por el desconocimiento de las formas discursivas y materiales de los textos leídos y las incompetencias, ignorancias u otras carencias presentes en los lectores, a la hora de enfrentar los impresos, siempre sabe «cómo tomar atajos y reformular las significaciones que deberían reducirla». Esta tensión dialéctica entre la norma coercitiva y el impulso trasgresor, entre «las imposiciones trasgredidas y las libertades refrenadas», que Chartier postula como constituyente esencial de la práctica de la lectura, no es igual en todas partes, siempre y para todos. «Reconocer sus diversas modalidades, sus variaciones múltiples constituye el objeto primero de un proyecto de historia de la lectura que se compromete a captar en sus diferencias las comunidades de lectores y su arte de leer.»22 Libros: sensibilidades, materialidades, sentidos …el libro, ese instrumento sin el cual no puedo imaginar mi vida, y que no me es menos íntimo para mí que las manos o que los ojos. J. L. Borges Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él (…) A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo (…) Ya no era una niña con un libro: era una mujer con su amante C. Lispector Todo libro debería caber en el bolsillo; hay que llevarlo, tiene que ser manual, para leerlo al pie de los árboles, al lado de las fuentes, en donde nos coja el deseo. Un libro bueno tiene que ser manoseado, vivir con uno, pasear con uno. En fin, este amor ilegal por los libros se apoderó de mí y no me dejó dormir, como una muchacha que hubo en casa, cuando yo era joven (…) Fernando González Ochoa El orden de los libros, advierte Chartier, también tiene otro sentido. Bien sea en su condición de manuscrito o impreso, los libros son objetos cuya composición, forma y materialidad ordenan los usos que pueden serles atribuidos a los textos y las apropiaciones a las que socialmente están expuestos. Dicho de otra forma, los textos, las obras, los discursos, desde la perspectiva histórica promovida por el autor citado, «no existen sino a partir del momento en que se transforman en realidades materiales», esto es, cuando se inscriben en las páginas de un libro (u otro objeto afín), cuando son oralizados por una voz que los lee, los relata o los explica a otros, cuando son interpretados en el escenario de un teatro o convertidos en audiovisual televisivo, cinematográfico, o hipermedial. «Contra la representación, elaborada por la literatura misma y retomadas por la más comúnmente aceptada de las historias del libro, según la cual el texto existe en sí mismo, separado de toda materialidad, se debe recordar que no hay texto fuera del soporte que lo da a leer (a escuchar o ver), y por lo tanto no hay comprensión de un escrito, cualquiera sea este, que no dependa en alguna medida de las formas por medio de las cuales alcanza a su lector.»23 Comprender los principios que, en distintas épocas y sociedades, gobiernan lo que Foucault llamó el orden del discurso para Chartier supone «que se descifren en rigor las leyes que fundan los procesos de producción, de comunicación y de recepción de los libros» (y de todos los objetos 26 que, en las distintas épocas y sociedades, permiten la circulación de los escritos canónicos o comunes). En el caso del libro, al historiador de la lectura eso le implica atender a los dispositivos técnicos, visuales, físicos que organizan la puesta en impreso del escrito y no concentrarse, única y exclusivamente, en el análisis del contenido semántico del texto. De allí que también conceptúe que «la lectura no es sólo una operación abstracta de intelección: es puesta en juego del cuerpo, inscripción en un espacio, relación consigo mismo y con los otros.»24. Esta postura implica re-definirla en términos de representaciones y prácticas, dos nociones que en la perspectiva histórica defendida por Chartier aparecen frecuentemente asociadas. La noción de representación es usada en referencia a tres registros distintos aunque relacionados, de la experiencia histórica de individuos y comunidades: • Las representaciones colectivas (en el sentido elaborado por Durkheim) sobre las que se funda la manera en que los miembros de una misma colectividad perciben, clasifican y juzgan el mundo social. • Las representaciones «entendidas en el sentido de los diferentes signos o «perfomances» simbólicos encargados de hacer ver y hacer creer la realidad de una identidad social o la potencia de un poder.» Las representaciones, así entendidas, se objetivan en discursos, en imágenes y en prácticas. • Por último, la representación concebida como la delegación que se le hace a un actor social (individual o grupal) para que como delegado o representante actúe en lugar de una comunidad, un grupo social específico, una clase, un individuo incluso; para que los sustituya, hable en lugar de ellos, defienda sus intereses, los represente en una negociación, por ejemplo, con el Estado o con otro grupo o poder social. En su opinión, el concepto de representación –en su múltiple significación- permite comprender la relación dinámica que articula la interiorización que hacen los individuos de las divisiones del mundo social y las transformaciones de tales divisiones en virtud de las luchas simbólicas cuyos instrumentos y apuestas son las representaciones y las clasificaciones de los demás y de uno mismo». (Se refiere a las llamadas «luchas de representaciones») La noción de práctica, como ya se dijo, Chartier la considera inseparable de la de representación, «en la medida en que designa las conductas ritualizadas o espontáneas que, acompañadas o no de discurso, manifiestan (o revelan) las identidades, permiten reconocer los poderes en juego y las tácticas que intentan oponérseles, resistirlos o impugnarlos. «La noción de práctica designa así las representaciones concretadas en la inmediatez de las conductas cotidianas o en el ordenamiento de los ritos sociales» 25 . Hablando sobre la utilidad de la noción de práctica en relación a la historia de la lectura en países de gran diversidad social y cultural, como los latinoamericanos, Chartier comentó que esta noción, «entendida como la manera en que los individuos, las comunidades o las clases manejan los códigos, los textos o los objetos permite evitar dos escollos que aparecen a menudo en las ciencias sociales: • Por una parte, recuerda que los dispositivos en que se fundan las dominaciones (sean estas políticas, sociales, sexuales, étnicas o de otro tipo) nunca suprimen por completo el espacio propio de la apropiación que puede desplazar, reformular, subvertir lo que está impuesto: un sistema de restricciones, una autoridad social, el sentido o la interpretación canónica de un texto, etc. Como sostenía Michel de Certau, las tácticas de los más débiles siempre pueden limitar, modificar o desviar los efectos que procuran producir las estrategias de los poderosos. Aunque no se trata de un juego justo, equilibrado, equitativo, siempre que haya prácticas de control, de vigilancia, de disciplina, se oponen de manera más o menos eficaz, según la circunstancias, otras prácticas que expresan distancia, resistencia, impugnación o rechazo. En los estudios sobre la lectura en países cultural y socialmente muy diversos Chartier considera que es muy pertinente el uso de la noción de práctica, «que apunta justamente a dar cuenta de las apropiaciones diferenciadas, desiguales y conflictivas de los códigos, las reglas, los textos compartidos»26 27 • Por otra parte, el concepto de práctica lleva a todos aquellos que se desempeñan como investigadores, docentes o intelectuales a controlar los efectos que ello produce en la relación que mantienen con el mundo social. Este –recuerda- no es solamente un universo de textos y discursos. Se va construyendo, a cada instante, en virtud del entrecruzamiento de prácticas sin discurso, de gestos hechos sin pensar, de conductas automáticas y espontáneas. [Contra lo que Pierre Bourdieu designó como una relación «escolática» con la realidad, característica de una posición que pretende pasar por desinteresada, distanciada y discursiva, hay que pensar «en las lógicas propias de las prácticas, que no son las que rigen el enunciado de los discursos sobre el mundo» El que como científico se enfrenta a la necesidad de «escribir las practicas» a fin de comprenderlas, de producir y trasmitir su conocimiento, no debe dejar de reconocer que «estas prácticas son irreductibles a todos los discursos que procuran objetivarlas». 27 Comunidades lectoras: comunidades de intérpretes En Comunidades lectoras, Chartier hace del texto de M. de Certeau citado al inicio «un fundamento obligado y un inquietante desafío para toda historia que se proponga levantar un inventario y dar razón de un práctica -la lectura- que muy rara vez deja huellas, que se esparce en una infinidad de actos singulares, que se libera gustosa de todas las imposiciones que aspiran a someterla.» Tal proyecto se funda en estos postulados: • la lectura no está ya inscrita en el texto, sin distancia posible entre el sentido que le es socialmente asignado por el autor, el uso escolar, la crítica especializada, etc. y las interpretaciones (o lecturas) que del texto pueden hacer los lectores con habilidades y capitales culturales específicos y, con frecuencia, desiguales. • Un texto existe porque hay un lector para otorgarle significación mediante una práctica lectora. Ya se trate de un artículo del periódico o de la novela de un autor legitimado, plenamente reconocido por el canon de occidente, Proust o Flaubert, por ejemplo, «el texto no tiene significación sino a través de sus lectores; cambia con ellos; se ordena de acuerdo con códigos de percepción que escapan a él.» No cobra su valor de texto sino en su relación, en su encuentro con el lector y su mundo, «por medio de un juego de implicaciones y astucias entre dos tipos de expectativas combinadas: la que organiza un espacio legible, esto es, una textualidad, materialmente configurada como un objeto sensorialmente perceptible, y la derivada de la ejecución lectora, la práctica concreta, específica, mediante la cual la significación de la obra se construye, existe. Por lo tanto, concluye Chartier, la tarea del historiador es reconstruir las variaciones que diferencian los «espacios legibles» –es decir, los textos en sus formas discursivas y materiales- y aquellas que gobiernan las circunstancias de su ejecución – esto es, las lecturas, entendidas como prácticas concretas y como procedimientos de interpretación-. realizadas por individuos o grupos de lectores no menos concretos. Siempre apoyándose en las sugerencias de M. de Certau, Chartier define el campo de la historia de la lectura teniendo en cuenta tres elementos, generalmente separados por las fronteras de la especialización disciplinaria, tanto las ligadas a la tradición historiográfica, como las derivadas de otras disciplinas (la lingüística, la psicología, la semiología, etc): • Por un lado, el análisis de los textos, sean canónicos u ordinarios, descifrados en sus estructuras, sus motivos, sus alcances. • Por otro, la historia de los libros y, más allá de ellos, de todos los objetos y de todas las formas que vehiculan los escritos. • Por último, el estudio de los discursos y las prácticas que, de diversos modos, se hacen cargo de esos objetos o de esas formas, produciendo usos y significaciones diferenciadas. Varias cuestiones se derivan de este modelo:
Las formas materiales producen sentido y tienen historia De esta convicción se deriva la particular atención con que se observa el encuentro entre «el mundo del texto» y «el mundo del lector» (P. Ricoeur). Reconstruir en sus dimensiones históricas este proceso de «actualización» de los textos exige, ante todo, considerar que sus significaciones dependen, en parte, de las formas a través de las cuales son recibidos y apropiados por sus lectores (o sus oyentes). Estos, como siempre enfatiza Chartier, «jamás se enfrentan con textos abstractos, ideales, desprendidos de toda materialidad: manejan o perciben objetos y formas cuyas estructuras compositivas y soportes materiales gobiernan o dirigen la lectura (la escucha o la visibilización), y en consecuencia la posible comprensión del texto leído (escuchado o visto). Esta comprensión es siempre tanto el resultado del trabajo intelectual (mental) como de la experiencia de los sentidos. Contra la concepción puramente intelectual y/o lingüística del texto (con énfasis en lo sintáctico-semántico), tan habitual en la perspectiva estructuralista en todas sus variantes, como también en teorías literarias más interesadas en reconstruir la recepción de las obras (se refiere a la estética de la recepción propuesta por autores como W. Iser y H. R. Jauss), «hay que sostener –afirma Chartier- que las formas materiales producen sentido, y que un texto, estable en su letra, está investido de una significación y de una categoría inéditas cuando cambian los dispositivos que lo proponen a la interpretación.» Así mismo, habría que añadir, que también lo hace cuando cambia la comunidad lectora que lo interpreta. Comunidad que, para el enfoque que interesa a Chartier, es siempre una comunidad histórica y social concreta, no exclusivamente una dimensión puramente textual como la que tiene en mente U. Eco cuando habla del lector modelo Como ejemplo de que las variaciones en las modalidades más formales de presentación de los textos pueden modificar no sólo su registro de referencia sino también su modo de presentación, Chartier recuerda lo que considera la principal mutación de la impresión europea entre los siglos XVI y XVII: «el triunfo definitivo de los blancos sobre los negros», es decir, la ventilación de la página por obra de la multiplicidad de los párrafos que quiebran la continuidad ininterrumpida del texto y de los apartados que hacen inmediatamente visible, por medio de los cortes y los puntos aparte, el orden del discurso. «Así los nuevos editores sugieren una nueva lectura de las mismas obras o de los mismos géneros, una lectura que fragmenta los textos en unidades separadas y que reencuentra, en la articulación visual de la página, la articulación intelectual o discursiva del argumento» 28 . El uso de una puntuación que fragmenta la continuidad textual a algunos intelectuales les causó graves preocupaciones cuando se usó en un texto sagrado. Chartier recuerda el desasosiego de J. Locke por la costumbre, habitual en su tiempo, de dividir el texto de la Biblia en capítulos y en versículos: «para él, dicha disposición corría el gran riesgo (de entorpecer) la potente coherencia de la Palabra de Dios.». A propósito de las Epístolas de San Pablo, este filósofo anotaba que «no solamente el Hombre Común toma los versículos como Aforismos distintos, sino que incluso los Hombres dotados de mayor Saber, al leerlos, pierden mucho de la fuerza y de la potencia de su Coherencia y de la Luz que de ellas depende». En suma, los efectos de tal puntuación le parecían desastrosos, pues podían autorizar a cada secta o partido religioso a fundar su legitimidad en los fragmentos de las Escrituras que les parecieran más adecuados a sus puntos de vista, a usarlos según sus intereses: «Si se publica una Biblia como se debe, es decir, tal como fueron escritas sus diferentes Partes, en discursos continuos donde el Argumento tiene continuidad, estoy persuadido de que los diferentes Partidos la criticarían como una Innovación y un Cambio peligroso en la publicación de estos Libros santos […]. Le 29 basta [al fiel de una iglesia particular] con munirse de ciertos Versículos de las Santas Escrituras, que contengan Palabras y Expresiones que le será fácil interpretar […], y su Sistema, que los habrá integrado a la Doctrina ortodoxa de su Iglesia, hará inmediatamente de ellos los Abogados poderosos e irrefutables de su Opinión. He aquí la ventaja de las frases separadas, de la Fragmentación de las Escrituras en Versículos que muy pronto se transforman en Aforismos independientes» 29 . • La lectura, una práctica en el sentido antropológico del término. Desde el horizonte histórico-cultural en el que se ubica Chartier, horizonte que el ha ido construyendo a partir de una compleja articulación de referencias teóricas y metodológicas (que además de las derivadas de su propio campo disciplinar, la Historia, de las tomadas del antropólogo M. de Certau, también incluye, entre otros, aportes de los sociólogos N. Elias y P. Bourdieu, así como del filosofo M. Foucault,…), la lectura, enfatiza, (…) es siempre una práctica encarnada en gestos, espacios, hábitos. A distancia de una fenomenología que borra toda modalidad concreta del acto de lectura y lo caracteriza por sus efectos, postulados como universales (…) una historia de los modos de leer debe identificar las disposiciones específicas que distinguen a las comunidades de lectores y las tradiciones de lectura» (que les pertenecen o con las que se identifican)30 Una historia cultural de la lectura obliga a enfrentar la otredad en relación a las prácticas lectoras. Aunque en Occidente estas no parecen ofrecer perfiles tan raros o extravagantes como los presentes en la narración que Robert Darnton hace sobre el lugar que la lectura de cuentos ocupa en los ritos funerarios de la isla de Bali, su radical singularidad respecto de nuestras actuales tradiciones, convenciones y expectativas lectoras ilustra, con especial claridad, a que se refiere Chartier cuando habla de la necesidad de identificar (también en las practicas de occidente) las particularidades que distinguen a las comunidades lectoras y a su modos de leer. Desde la perspectiva histórica y cultural que defiende, es un presupuesto equivocado negar el problema de la otredad y creer que en todas las sociedades, culturas y épocas donde se practica la lectura, ésta se lleva a cabo de modo fundamentalmente igual a como hoy lo hacemos, variando sólo los textos leídos o la cantidad de personas que están en condiciones, con deseos u obligadas a hacerlo. Dice R. Darnton: «Cuando los habitantes de Bali preparan un cadáver para enterrarlo, se leen historias mutuamente, historias comunes de recopilaciones de sus cuentos más familiares. Leen sin parar, las 24 horas (del) día, durante dos o tres días, y no porque necesiten distracción, sino debido al peligro de los demonios. Los demonios se apoderan de las almas durante el período vulnerable que sigue 30 inmediatamente después de una muerte, pero las historias los mantienen alejados. Como las cajas chinas o los jardines laberínticos ingleses, estas historias contienen cuentos dentro de los cuentos, de tal manera que el individuo que empieza a leer uno entra al otro, pasando de una trama a otra cada vez que llega a una esquina (de la casa del muerto o del lugar donde éste se encuentra), hasta que por último llega al centro del espacio narrativo, que corresponde al lugar que ocupa el cadáver en el patio interior de la casa. Los demonios no pueden penetrar en este espacio porque no pueden dar vuelta en las esquinas. Se golpean la cabeza inevitablemente con la masa narrativa que los lectores han levantado, y por ello la lectura ofrece una especie de fortificación que rodea el rito balinés. Crea una muralla de palabras que funciona como la estática de las transmisiones de radio. No divierte, ni instruye, ni cultiva ni ayuda a pasar el rato: protege a las almas mediante la trama narrativa y la cacofonía de los sonidos31 . • Las obras y sus cambiantes sentidos «Las obras –aún y sobre todo las más grandes- no tienen sentido estable, fijo, universal.» Se cargan de significaciones diferentes y cambiantes construidas en el marco del encuentro de una propuesta material, formal, de edición y unas específicas condiciones de recepción. Los sentidos atribuidos a sus disposiciones formales, a sus desarrollos temáticos, a sus configuraciones textuales dependen de las competencias y de las expectativas de los diferentes públicos que entran en relación con ellas. Los mismos creadores, los estudiosos, eruditos o especialistas, los críticos especializados o no de los medios, los profesores, en suma los representantes de los diversos poderes sociales que viven material y espiritualmente de los escritos, «aspiran siempre a fijar el sentido y a enunciar la interpretación correcta que deberá forzar la lectura (la escucha o la mirada). Sin embargo, la recepción siempre inventa, desplaza, distorsiona» (los sentidos autorizados y autoritarios)32 . • Las grandes obras, un recurso social para pensar lo esencial Producidas en el marco de un orden específico que tiene sus reglas, sus convenciones, sus jerarquías, hay obras que están hechas de tal forma que en cierto modo favorecen el que tales códigos de producción sean eludidos, cambiados o difuminados al peregrinar, a veces durante siglos, a través de diversos mundos sociales. Descifradas a partir de los esquemas mentales y afectivos que constituyen la «cultura» (en el sentido antropológico del término) de las comunidades que se las van apropiando en ese largo trasegar, se convierten para éstas «en un recurso precioso para pensar lo esencial: la construcción del vínculo social, la subjetividad individual, la relación con lo sagrado33 . • Las obras y las determinaciones sociales que las constituyen «(…) toda creación inscribe en sus formas y en sus temas una relación con la manera en que, en un momento y sitios dados, se organizan el modo de ejercicio del poder, las configuraciones sociales o la economía de la personalidad.» Pensado (y pensándose) como un poder autónomo, un creador en el sentido romántico del término, el escritor crea sin embargo en y desde múltiples dependencias . Dependencia respecto de las reglas –del patronazgo, del mecenazgo, del mercadoque definen su condición de autor. «Dependencia, aún más fundamental, respecto de las determinaciones no sabidas que habitan la obra y que hacen que ésta sea concebible, comunicable, descifrable.» 34 Dependencias, reconocidas o secretas, que fundan sus condiciones de posibilidad, de comunicabilidad y de inteligibilidad. • Reconocimiento de las diferencias entre las obras Considerar que toda obra está determinada por las prácticas y las instituciones del mundo social que la produce o se la apropia no implica postular una igualdad general entre todas las producciones intelectuales. Unas, más que otra, no agotan jamás su potencial significativo. Para comprender esto 31 resulta insuficiente invocar las creencias acerca de la universalidad de lo bello o de la unidad de la naturaleza humana. Lo esencial –cree Chartier- se juega en otra parte: en las relaciones complejas, sutiles, cambiantes, anudadas entre las formas propias de las obras (sus configuraciones sígnicas y materiales), diferencialmente expuestas a las apropiaciones, a los hábitos, a las preocupaciones, a las expectativas y a los gustos de los diferentes públicos que históricamente han entrado en relación con ellas35 . Sugerencia metodológica Para identificar las disposiciones especificas que caracterizan las comunidades lectoras y sus tradiciones de lectura, el enfoque y la concepción de lectura propuesta por Chartier supone el reconocimiento de varias series de contrastes: • Entre competencias lectoras La primera división, esencial pero incompleta, entre alfabetizados y analfabetos no agota las diferencias en la relación con los escritos. Todos aquellos que pueden leer los textos no los leen de igual modo. Es apreciable la distancia existente entre los lectores hábiles, culturalmente muy competentes, expertos en hacer inferencias, en «leer entre líneas», capaces de establecer conexiones textuales por su cuenta, de producir otros textos a partir de lo leído y los poco diestros, obligados, por ejemplo, a leer muy lentamente, en voz alta y repitiendo frases o párrafos enteros para poder comprender y retener algo de lo leído; a gusto sólo con algunas formas textuales o tipográficas (frases sencillas, párrafos pequeños, letra grande, dibujos, etc.) Bourdieu también plantea que hay lecturas diversas –luego competencias diferentes-, posibilidades diferenciadas para apropiarse del objeto libro; instrumentos intelectuales desigualmente distribuidos, por ejemplo, según el tipo de texto, según la edad, y esto lo considera esencial, según la relación con el sistema escolar, desde el momento en que este existe. • Entre normas y convenciones de lectura Cada comunidad de lectores realiza su práctica apoyándose o rigiéndose por normas, convenciones, usos considerados legítimos de los libros y de lo leído; como también de modos de leer derivados de tal o cual instrumental teórico, perspectiva o tradición intelectual, cultural o política; de sistemas o procedimientos de interpretación elaborados o más o menos arbitrarios o azarosos.. • Entre expectativas, intereses y gustos Las comunidades llevan a cabo sus lecturas y se relacionan con textos y libros desde representaciones de la lectura que configuran expectativas, intereses, sensibilidades, preferencias, propósitos o finalidades muy diversas. Incluso desde prejuicios, creencias, sospechas, prohibiciones, libertades, servidumbres, fobias y filias… Hay por ejemplo lectores que no pueden leer una ficción novelesca sino es desde la creencia de que el contenido de la obra, sea cual sea la historia contada y los recursos utilizados para hacerlo, es siempre autobiográfico36 Desde el análisis pormenorizado de toda esta serie de contrastes es posible explicar el que un mismo texto, en el mismo soporte, sea leído de muy distintos modos por lectores que no disponen de los mismos instrumentos intelectuales y culturales, que no mantienen la misma relación con los escritos, que no se identifican en materia de preferencias temáticas o discursivas, en gustos o estéticas; que no necesariamente comparten el sentido, función o valor acordado a la lectura, al escrito, al libro por los profesionales de la lectura, por las instituciones, autoridades o poderes a quienes tal práctica interesa o preocupa. Para la historia cultural de la lectura «lo esencial es, en consecuencia, comprender cómo, en distintas épocas, sociedades y comunidades de interpretes, los mismos textos pueden ser diversamente aprehendidos, manejados, comprendidos.» 37 Identificar las redes de prácticas y las reglas de lectura propias de las diversas comunidades de lectores del pasado o del presente (religiosas, intelectuales, científicas, profesionales, políticas, aunque también, las regidas por otros criterios como las clases de edades, las identidades de 32 género, etc.) es una tarea de primordial importancia para una historia de la lectura también preocupada por comprender, en sus singularidades y diferenciaciones pasadas o actuales, la figura paradigmática del lector furtivo. Notas 1 Roger Chartier, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Editorial Gedisa, Barcelona, 1994. 2 H. M. Enzensberger, «Una modesta proposición para proteger a la juventud frente a los productos de la poesía», en Mediocridad y delirio, Editorial Anagrama, Barcelona 1991, pág. 31. 3 El artículo mencionado salió publicado en el libro La pasión de leer. Frontera entre el sueño y la vigilia. Bajo la coordinación académica de Augusto Escobar Mesa allí aparecen compiladas las intervenciones que, en el marco de las Segundas Jornadas de literatura, tuvieron además de P. Bonnet, Héctor Abad Faciolince, Juan G. Cobo Borda, Fernando Cruz Kronfly, Octavio Escobar, William Ospina, Jaime Alberto Vélez, entre otros. El libro hace parte de la colección Atraparte, Comfama, Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2002. 4 Un ejemplo reciente de lo anotado por Bonett se pudo leer recientemente. En El Espectador del pasado domingo 11 de enero del 2009, págs 16 y 17, Nelson Freddy Padilla publicó un texto titulado Vida y muerte de un maestro de literatura. Se refería al profesor Eduardo Jaramillo Zuluaga, quien murió congelado en un arroyo de Gransville (Ohio) el 23 de diciembre del 2008 cuando intentaba salvar a su perro. A comienzos de los años 80 vivía en Bogota y era profesor de literatura para estudiantes de sexto de bachillerato en el Colegio Refous. Anota Padilla: «La posibilidad de que en un solo curso surjan tres destacados escritores profesionales (Mario Mendoza; Santiago Gamboa y Ramón Cote) parece de una en un millón, pero tal record se le atribuye al talento de Jaramillo para inspirar y enseñar.» A raíz de su muerte, Ramón Cote escribió: «Lo único que podía disipar esas mañanas de neblina y pánico en ese colegio de las afueras de Bogotá, era la figura de Eduardo Jaramillo, el profesor de literatura, quien llegó a nuestras vidas en el momento que más lo necesitábamos. (…) fuímos varios los que caímos fulminados ante sus clases donde nos reveló con gran generosidad a nombres como Borges, Kafka, Vallejo, Poe, Guillén, Paz (…). Padilla informa que en abril del pasado año, la revista SOHO le pidió a M. Mendoza un artículo sobre el profesor ideal. Escribió sobre Jaramillo, quien lo atrapó con las Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. 5 Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard, La lectura de un siglo a otro. Discursos sobre la lectura (1980-2000), Editorial Gedisa, Barcelona, , pág. 175, 2002. 6 Chartier-Hébrard, op. cit., pág. 175. 7 Renán Silva (traductor), La lectura: una práctica cultural.Debate entre Pierre Bourdieu y Roger Chartier en Revista Sociedad y Economía No.4, abril de 2003, Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle, Cali, pág. 173. 8 Cfr: con lo anotado por Nora Catelli en Testimonios tangibles. Pasión y extinción de la lectura en la narrativa moderna, Anagrama, Barcelona, 2001. También: con Ricardo Piglia, El último lector, Anagrama, 2005. 33 9 Roger Chartier, Escuchar a los muertos con los ojos, Katz editores, Buenos Aires, pág.11. 10 Renán Silva, La lectura: una práctica cultural, págs. 165/6. 11 Marcas que pueden no estar presentes, por ejemplo, en una fotocopia del texto en la que se ha eliminado partes del texto que se considera no esenciales para su lectura/ comprensión: Carátula del libro, Tabla de contenido, Referencias bibliográficas, etc. 12 Editorial Plaza y Janés, Colección Circulo Cuadrado, dirigida por Margarita Rivière, Barcelona, 2000. En uno de los libros de la colección la nota de Presentación de la misma titulada ESTA COLECCIÓN DARÁ QUE PENSAR…anotaba a continuación: «El Círculo Cuadrado intenta poner al alcance de una mayoría los saberes esenciales para vivir. El Círculo Cuadrado es la puerta que nos abre paso al camino que permite entender el mundo que vivimos. Ésta es una colección ecléctica, escrita para desmontar tópicos y «saberes inamovibles». Esta es una colección mestiza, capaz de mezclar armoniosamente un círculo con un cuadrado y descubrir que pensar es divertido». 13 El periódico El País, de Cali, desde hace algún tiempo acostumbra resaltar en amarillo los fragmentos que desde el periódico se consideran más importante en los artículos publicados. 14 Vicente Quirarte, Enseres para sobrevivir en la ciudad, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1994, págs. 85 y siguientes. 15 Un ejemplo significativo: la publicación, por la revista Cambio, de un fragmento de las, en su momento, esperadas memorias del escritor Gabriel García Márquez. Ver portada y páginas interiores del No. 397, del 29 de enero al 5 de febrero del 2001. No sobra resaltar que se trata de un número singularizado, en la parte superior de la carátula, con el distintivo de ESPECIAL ANIVERSARIO. 16 El auge global de las publicaciones biográficas no ha pasado desapercibido en la prensa nacional. El Tiempo publicó el domingo 18 de febrero del 2000 una nota de una página de extensión titulada «El arte del yo-yo». Allí se intentaba explicar su auge con base en el testimonio aportado por el poeta E. Escobar, quien opinaba que se debía «al creciente interés por las historias personales» y al «recrudecimiento de la natural inclinación humana a meter la nariz en las vidas de otros, para escarmentar en cuerpo ajeno y para ver que e todas las cosas suceden hasta en las mejores familias». Esta explicación, basada en el gusto por fisgonear en la vida del otro, se complementó con una cita del libro del profesor de literatura de la Universidad de Yale, Georges May, La Autobiografía (1979), según la cual el fenómeno se debe a que «el individualismo preconizado por la sociedad contemporánea crea las condiciones para elaborar de cuando en cuando exámenes de conciencia». El periodista, recordando que a Hillary Clinton le pagarán más de 10.000 millones de pesos por relatar su vida, anota de su cosecha, que las motivaciones económicas también cuentan. Razones que tienen que ver con el cuidado o el cultivo de la propia individualidad, con la seducción que ejerce el conocer la vida del otro (alteridad) o con el rendimiento que la historia de una vida puede obtener en el mercado editorial, explicarían tanto el surgimiento de revistas especializadas como la argentina Intramuros, la publicación de la autobiografía del último condenado a la silla eléctrica en USA y las de «los ilustres desconocidos que participan en proyectos para autobiografiarse (...) en talleres de universidades como la Javeriana (Bogotá) y en sitios de Internet originados en Brasil, Canadá y Francia. Por lo que hace al mercado colombiano de lo autobiográfico, J. I. Pérez, director para Colombia de la Editorial Grijalbo comentó que «las autobiografías se venden bien, cuando se trata de una figura destacada en la sociedad. Como ejemplos cita la de Bolillo Gómez, de la cual se hizo un tiraje de 15.000 ejemplares, cifra que para un persone de nuestro país constituye un best seller, pues las autobiografías que más circulan, junto con sus parientes cercanos (memorias, biografías, diarios íntimos, entrevista y narraciones de viajes) son las vinculadas a figuras extranjeras (europeas y norteamericanas principalmente), pues «colombianas casi no tenemos», anotó alguno 34 de los libreros bogotanos entrevistados, situación que una rápida revisión en las librerías caleñas también corrobora. La falta de una buena oferta de autobiografías nacionales se sustenta en el supuesto de que «en Colombia no se ha cultivado este tipo de escritura como en otras latitudes» , pues unos profesores (M. J. Durán y P. Londoño, de quienes no se da mayor información) apenas encontraron 376 títulos publicados entre 1817, cuando apareció Vida de la venerable monja Francisca Josefa del Concepción Castillo, y 1996, cuando lo hizo Pendejadas mías, de Germán Llano Posada. «Desde entonces, el promedio de dos autobiografías por año se mantiene»; este promedio resulta de una aplastante inferioridad respecto del alcanzado en Italia, Alemania, Estados Unidos y Francia, países en los que, según datos de la Association pour l’Autobiographie, «llegan a las librerías mas de 300 novedades anuales.» El autor de la nota periodística y los profesores que en ella dan su testimonio no establecen diferencia (necesaria) entre escribir y publicar: También pasan por alto que tal tipo de narrativas se puede estar construyendo en formatos distintos al del libro y en lenguajes diferentes al verbal escrito; así que sin mayores matices diagnostican que en Colombia no se escriben autobiografías porque «en el país escasean los factores que alimentan el interés por contar la historia de la propia vida: tener un pasado heroico, un alto nivel de instrucción pública, un amplio circuito de bibliotecas y una vasta afición por la lectura y la escritura». De los factores mencionados al comienzo –afirmación de la individualidad, interés en el acceso a la experiencia vivida por otros, existencia de un mercado para este tipo de escritos- no se vuelven a referir. Pero como de alguna manera hay que explicar que, contra el diagnóstico general –«en Colombia es escaso el cultivo del yo»- el ex-presidente C. Lleras Restrepo le dedicó doce volúmenes a la escritura de Crónicas de mi propia vida, que la Autobiografía de Tomás Carrasquilla ha sido reeditada veinte veces, se traen a cuento «otros motores de le escritura biográfica también mencionados por el citado profesor May», factores que, casualmente, si se dan en Colombia: «deseo de poner las cosas en claro, de dejar un testimonio, de saborear el placer de revivir la propia vida, de dar ejemplo, de rebelarse contra el olvido, de buscar un sentido a la existencia». 17 A los pocos días de el libro estarse vendiendo en todo el país, la periodista Claudia Gurisatti la entrevistó por televisión en el programa a su cargo llamado La Noche; al día siguiente lo hizo con otros liberados o familiares de personas aún secuestradas, práctica que aún sigue realizando, dada la permanente actualidad del flagelo del secuestro en nuestra sociedad. Finalmente, en lo que parece ser el cierre del dispositivo informativo-publicitario implementado por la casa editorial, parece que Leszli estuvo dedicada a viajar por el país, promoviendo la venta de su libro mediante el expediente de asistir a las librerías, a horas previamente acordadas y publicitadas, a firmar autógrafo y escribir dedicatorias a los compradores interesados en obtener tales recuerdos En Cali estuvo el 8 de julio del 2000, en algunas de las sedes de la librería Nacional, especialmente las ubicadas en conocidos centros comerciales como Chipichape y Unicentro. 18 Por el lado paterno, Leszli Kalli es de ascendencia judía. Desde los 9 años escribe diarios íntimos y había terminado sus estudios de bachillerato cuando fue secuestrada. Teniendo en cuenta estos antecedentes no sería raro que conociera, así fuera de oídas, el caso de Anna Frank y lo sucedido con su diario. 19 Vicente Quirarte, op. cit., pà.128 20Renán Silva, La lectura: una práctica cultural. Conversación Chartier-Bourdieu, pág. 173. 21 Recuérdese que en la tradición lectora inspirada en la Semiología Estructural el reconocimiento de la autoría no era un rasgo particularmente importante a la hora de analizar los textos literarios. 22 R. Chartier, El Orden de los libros, pág. 20. 35 23 Ibíd., pág. 25. 24 R. Chartier, El orden de los libros, pág. 29. 25 R. Chartier, Las revoluciones de la cultura escrita, pág. 125. 26 Ibíd., pág. 125. 27 R. Chartier, Las revoluciones de la escritura, pág 126. 28 R. Chartier, El orden de los libros, pág. 31. 29 Ibíd., pág 32. 30 Ibíd., pág. 23. 31 Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios de la historia cultural francesa, pág.216. 32 Chartier, Orden de los libros, pág. 21. 33 Ibíd. 34Ibíd. 35 Chartier, El orden de los libros, pág 22. 36 Cfr: Lo dicho por M. Kundera en Los testamentos traicionados. 37 Chartier, Orden de los libros, pág.28. Bibliografía Catelli Nora, Testimonios tangibles. Pasión y extinción de la lectura en la narrativa moderna, Editorial Anagrama, Colección, Argumentos, Barcelona, 2001 Darnton Robert, La gran matanza de gatos, y otros episodios, de la historia de la cultura francesa, Editorial FCE, México, 1987 De Certeau Michel, La invenc
ión de lo cotidiano, I. Artes del hacer, Universidad Iberoamericana, A.C., México, 1996 Enzensberger Hans Magnus, Mediocridad y delirio, Editorial Anagrama, Barcelona, 1991 Escobar Augusto Coordinador académico, La pasión de leer. Frontera entre el sueño y la vigilia, Editorial Universidad de Antioquia, Comfama, Atraparte, Medellín, 2002 Chartier Roger, Las revoluciones de la cultura escrita. Diálogo eIntervenciones, Editorial Gedisa, Colección Lea, Barcelona, 2000 ____________, La historia o la lectura del tiempo, Editorial Gedisa, Colección Visión 3X, Barcelona, 2007 ____________, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Editorial Gedisa, Barcelona, 1994 ____________, Escuchar a los muertos con los ojos, Katz Editores, Colección Conocimiento, Madrid, 2007 Chartier Anne-Marie y Hébrard Jean, La lectura de un siglo a otro. Discursos sobre la lectura (1980-2000), Editorial Gedisa, Barcelona, Barcelona, 2002 ______________________________, Discursos sobre la lectura, (1880- 1980), Editorial Gedisa, Barcelona, 1998 Kalli Leszli, Secuestrada, Editorial Planeta, Bogotá, 2000 Marina José Antonio, El vuelo de la inteligencia, Editorial Plaza y Janés, Colección Circulo Cuadrado, Barcelona, 2000 Piglia Ricardo, El último lector, Editorial Anagrama, Barcelona, 2005 Quirarte Vicente, Enseres para sobrevivir en la ciudad, Grupo editorial Norma, Colección La pequeña biblioteca, Bogotá 1994 Revista Sociedad y Economía No.4, abril de 2003, Fac. Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle, Cali La lectura desde una perspectiva histórico-cultural María Griselda Gómez Fries (griselda@univalle. Edu.co) Profesora titular Escuela de Comunicación Social, Facultad de Artes Integradas, Universidad del Valle RESUMEN: Presentación de la perspectiva teórico-metodológica que sobre la lectura como práctica cultural e histórica viene construyendo la historia cultural, especialmente bajo la orientación impartida por Roger Chartier, y con apoyo en elaboraciones afines de M. de Certeau, P. Bourdieu A. Petrucci, entre otros. PALABRAS CLAVE: lectura, práctica, representación, apropiación, habitus
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